Principio y fin : Apocalipsis
Etiquetas:
Relatos
✪
2 comments
Y como dijo alguien cuyo nombre lo logro recordar, cabe decir que me ocurre muy a menudo desde aquel amanecer, “todo tiene un principio y un final”.
Supongo que la humanidad solo era un mal juego de rol creado por unos cuantos payasos omnipotentes, esos que manejan nuestros hilos desde el Paraíso, el Olimpo o donde cojones se hacinan para jugar sus cartas y tirar sus dados, y como todo juego de rol, termina por cansar a sus jugadores.
De esa forma tan absurda intenté explicarme el principio del fin del mundo cuando puse la televisión a las siete y media de la mañana, y vi la Gran Vía infestada de tipos cubiertos de sangre persiguiendo en jauría a los ciudadanos más madrugadores y trabajadores de la gran metrópoli. En un principio quise pensar que era una de esas manifas que no acaban demasiado bien, pues los antidisturbios arremetían contra aquellos seres sin éxito alguno; pero luego la voz cadenciosa y pedante de la locutora informó sobre un gran éxodo a consecuencia de La Mutación.
- ¡La hostia! – brame llevándome las manos a la cabeza-. Sabía yo que tenía que haber comprado aquella katana en Ebay. ¿Si a Michonne le funcionó por qué no iba a servirme a mí?
Me aparté de la televisión y subí un poco más el volumen para escucharla mientras elegía mi arsenal anti-zombie. La señorita de voz nasal informaba sobre el estado de las carreteras, colapsadas; sobre la evolución de la crisis, carnívora; sobre las medidas a tomar ante la alerta roja, obvias… Cualquiera que hubiera visto una película de zombies sabría que hay que conseguir un refugio seguro con puertas y ventanas tapiadas, con provisiones suficientes para varios días y armas, miles de armas. Para mi desgracia, vivía en un bajo de la calle Lavapiés, la puerta era de cartón piedra, en mi nevera solo había un par de pizzas precocinadas y las únicas armas que tenía en casa eran un cuchillo jamonero y un par de palos de golf del gilipollas de mi ex-novio.
- Se cree que La Mutación es debida a un hongo que se reproduce en los despachos más húmedos y fríos – dijo la imbécil de la nariz tapada como el que habla de los espetos de Málaga-. Las esporas de ese invasivo hongo afecta al sistema neuronal humano con agresividad convirtiendo a nuestros nobles banqueros en súcubos sedientos de sangre.
Si no me habían chupado bastante la sangre con la dichosa hipoteca ahora pretendían comerme a bocados. Justo en aquel momento me obligué a parar un instante para reflexionar: ¿Era esto a lo que se referían algunos con lo de tocar fondo?
De pronto una voz me sobresaltó:
- ¿Dios por qué nos has abandonado? – gemía una y otra vez-. ¡Señor, detén todo esto!
Mientras la vieja del primero ponía una hoja de reclamaciones al altísimo, yo acechaba tras la mirilla: al otro lado de las puertas del portal, docenas de súcubos trajeados cubiertos de sangre y vísceras perseguían a inmigrantes, ancianos y tipos con rastas. A pesar de los gritos de horror de la calle, los gañidos de los banqueros, los ladridos de los perros y los rezos de la loca del primero, no pude hacer otra cosa que romper a reír como una completa demente. El juego había terminado. Los jugadores nos habían creado de la nada, nos habían manipulado, habían creado nuestras historias y las habían enlazado unas a otras, incluyendo guerras y miseria para aderezar con un poco de emoción su tiempo libre. Ahora se habían aburrido de aquel pasatiempo y habían decidido romper el quinto sello y soltar al Quinto Jinete del Apocalipsis, El Banquero, para dar fin a su creación.
Unos golpes en la puerta me dejaron sin aliento, venían por mí. Me asomé de nuevo a la mirilla y vi a Richi con la cara totalmente desencajada, quise creer que a causa del pánico. Sus greñas se adherían a su perfecto rostro sudoroso; llevaba una camiseta rota cubierta de sangre y arrastraba la correa de su perro, pero sin perro.
- Los súcubos deben haber devorado a su perro, de ahí la sangre – me dije a mi misma sin convencerme del todo.
Me arreglé un poco los pelos, me froté el dedo índice por la dentadura y comprobé el estado de mi aliento mañanero, mientras mi corazón latía desbocado bajo mi pecho. En los dos años que llevaba malviviendo en aquel cuchitril de cuarenta metros cuadrados, el pseudo-hippie más atractivo del barrio de Lavapiés no había hecho otra cosa que ignorarme en el descansillo, en la plaza o en cualquier lugar donde me lo cruzara. De haber tenido algo de dignidad o cerebro, hubiera echado el triple pestillo, pero mi escasa vida sexual y sus desarmantes ojos verdes consiguieron el efecto contrario: abrí la puerta de par en par y se abalanzó sobre mí.
Y como dijo alguien cuyo nombre lo logro recordar, cabe decir que me ocurre muy a menudo desde aquel amanecer, “todo tiene un principio y un final”.
De esa forma tan absurda intenté explicarme el principio del fin del mundo cuando puse la televisión a las siete y media de la mañana, y vi la Gran Vía infestada de tipos cubiertos de sangre persiguiendo en jauría a los ciudadanos más madrugadores y trabajadores de la gran metrópoli. En un principio quise pensar que era una de esas manifas que no acaban demasiado bien, pues los antidisturbios arremetían contra aquellos seres sin éxito alguno; pero luego la voz cadenciosa y pedante de la locutora informó sobre un gran éxodo a consecuencia de La Mutación.
- ¡La hostia! – brame llevándome las manos a la cabeza-. Sabía yo que tenía que haber comprado aquella katana en Ebay. ¿Si a Michonne le funcionó por qué no iba a servirme a mí?
Me aparté de la televisión y subí un poco más el volumen para escucharla mientras elegía mi arsenal anti-zombie. La señorita de voz nasal informaba sobre el estado de las carreteras, colapsadas; sobre la evolución de la crisis, carnívora; sobre las medidas a tomar ante la alerta roja, obvias… Cualquiera que hubiera visto una película de zombies sabría que hay que conseguir un refugio seguro con puertas y ventanas tapiadas, con provisiones suficientes para varios días y armas, miles de armas. Para mi desgracia, vivía en un bajo de la calle Lavapiés, la puerta era de cartón piedra, en mi nevera solo había un par de pizzas precocinadas y las únicas armas que tenía en casa eran un cuchillo jamonero y un par de palos de golf del gilipollas de mi ex-novio.
- Se cree que La Mutación es debida a un hongo que se reproduce en los despachos más húmedos y fríos – dijo la imbécil de la nariz tapada como el que habla de los espetos de Málaga-. Las esporas de ese invasivo hongo afecta al sistema neuronal humano con agresividad convirtiendo a nuestros nobles banqueros en súcubos sedientos de sangre.
Si no me habían chupado bastante la sangre con la dichosa hipoteca ahora pretendían comerme a bocados. Justo en aquel momento me obligué a parar un instante para reflexionar: ¿Era esto a lo que se referían algunos con lo de tocar fondo?
De pronto una voz me sobresaltó:
- ¿Dios por qué nos has abandonado? – gemía una y otra vez-. ¡Señor, detén todo esto!
Mientras la vieja del primero ponía una hoja de reclamaciones al altísimo, yo acechaba tras la mirilla: al otro lado de las puertas del portal, docenas de súcubos trajeados cubiertos de sangre y vísceras perseguían a inmigrantes, ancianos y tipos con rastas. A pesar de los gritos de horror de la calle, los gañidos de los banqueros, los ladridos de los perros y los rezos de la loca del primero, no pude hacer otra cosa que romper a reír como una completa demente. El juego había terminado. Los jugadores nos habían creado de la nada, nos habían manipulado, habían creado nuestras historias y las habían enlazado unas a otras, incluyendo guerras y miseria para aderezar con un poco de emoción su tiempo libre. Ahora se habían aburrido de aquel pasatiempo y habían decidido romper el quinto sello y soltar al Quinto Jinete del Apocalipsis, El Banquero, para dar fin a su creación.
Unos golpes en la puerta me dejaron sin aliento, venían por mí. Me asomé de nuevo a la mirilla y vi a Richi con la cara totalmente desencajada, quise creer que a causa del pánico. Sus greñas se adherían a su perfecto rostro sudoroso; llevaba una camiseta rota cubierta de sangre y arrastraba la correa de su perro, pero sin perro.
- Los súcubos deben haber devorado a su perro, de ahí la sangre – me dije a mi misma sin convencerme del todo.
Me arreglé un poco los pelos, me froté el dedo índice por la dentadura y comprobé el estado de mi aliento mañanero, mientras mi corazón latía desbocado bajo mi pecho. En los dos años que llevaba malviviendo en aquel cuchitril de cuarenta metros cuadrados, el pseudo-hippie más atractivo del barrio de Lavapiés no había hecho otra cosa que ignorarme en el descansillo, en la plaza o en cualquier lugar donde me lo cruzara. De haber tenido algo de dignidad o cerebro, hubiera echado el triple pestillo, pero mi escasa vida sexual y sus desarmantes ojos verdes consiguieron el efecto contrario: abrí la puerta de par en par y se abalanzó sobre mí.
Y como dijo alguien cuyo nombre lo logro recordar, cabe decir que me ocurre muy a menudo desde aquel amanecer, “todo tiene un principio y un final”.
Aquella mañana Richi me devoró, en sentido literal. Entre sangre, vísceras palpitantes y sudor nos robamos el corazón mutuamente… y nos lo comimos. Salimos a tomar algo por la ciudad y él me guió hasta un hospital cercano; compartimos un bebé y succionamos su pequeño intestino al más puro estilo Disney; me presentó a sus amigos y sembramos el pánico por los barrios más pudientes de Madrid. Todo era un coctel molotov de emoción, risas, sangre y alaridos, la noche era joven y no teníamos intención de parar.
Y como dijo alguien cuyo nombre lo logro recordar, cabe decir que me ocurre muy a menudo desde aquel amanecer, “todo tiene un principio y un final”.
El final de la humanidad coincidió con el principio de la libertad, del instinto animal, de la memoria genética de depredador. Nos comimos unos a otros, nos expresamos nuestra hambre más primigenia, nuestro amor más incondicional, nuestro deseo… en aquella vorágine de miembros amputados, carne, hueso, placer y dolor.
El final de la humanidad coincidió con el principio de la libertad, del instinto animal, de la memoria genética de depredador. Nos comimos unos a otros, nos expresamos nuestra hambre más primigenia, nuestro amor más incondicional, nuestro deseo… en aquella vorágine de miembros amputados, carne, hueso, placer y dolor.
Porque no te encontré en la vida,
te buscaré en la muerte
con la mirada perdida entre restos de difuntos.
Ilustración de The Walking Dead




2 comments
"Zombie in love"
Y seguiré leyendo tus relatos...
Me alegra, Patricia.
Bienvenida a estos lares.
Un saludo.
Publicar un comentario