Capítulo 1 - La mecenas del sicario

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    La sala estaba escasamente iluminada, aunque no me sorprendió en absoluto. Solo un par de candelabros de oro macizo sobre su elegante mesa negra, daba algo de luz a aquella enorme estancia.
Cuando comencé a trabajar para la Baronesa Therema me resultaba inquietante que alguien tan acaudalado, cuya residencia estaba repleta de carísimas obras de arte, armas legendarias y mobiliario imponente, no la iluminara acorde con su posición. Pero tras varios meses disfrutando de su protección, ya estaba acostumbrado a la falta de luz y me guiaba entre las sombras con mi aguda vista crepuscular.
    Esperaba sentado sobre un cómodo sillón de piel, frente a su mesa. Aquella mujer siempre se hacía esperar; le gustaba escenificar una entrada refinada cada vez que recibía visitas, que no solían ser muchas. Era bastante excéntrica, pero dada su generosidad no me importaba perder mi valioso tiempo de aquella manera.
    Devorado por el hastío, me preparé la pipa con un poco de hierba matter. Cogí una de las velas del candelabro y prendí el contenido del hornillo. Devolví la vela a su sitio mientras daba hondas caladas para avivar el fuego.
    Mi pipa era una auténtica pieza de colección; nada que ver con las que solían usar los petulantes nobles que chismorreaban en la corte. Era una recreación de la mismísima pipa que la Reina Felizia le regaló al Rey Meritho I el día de su enlace, o al menos eso me dijo la baronesa cuando me la regaló. Era de hueso de keaps tallado, tenía una cánula anormalmente larga y una cazoleta más bien pequeña. Cuatro franjas cinceladas a consciencia la recorrían de la boquilla a la cazoleta, emulando el zarpazo de un grifo.
    - “Sencillamente perfecta…”- dije a mi adentros mientras fumaba de ella.
    De pronto, el chirriante sonido de los goznes de la puerta me sobresaltó consiguiendo que el denso humo del matter se colara por el sitio equivocado, provocándome un brutal ataque de tos. Dos lagrimillas se escurrieron por mis mejillas perfectamente afeitadas.
    - No deberiiiías fumar esas porqueriiiías, queriido – comentó una voz como mínimo peculiar.
    Entró con paso pausado, totalmente erguida y gesto solemne; una oscura bata de cola de piel de algún dragónido ocultaba su menudo cuerpo. De haber tenido curvas se hubiera ceñido a ellas, pero en vez de eso, dibujaba bolsas holgadas alrededor de su contorno. Al pasar tras de mí, posó su huesuda mano en mi hombro. El frío de su mortecina garra traspasó varias capas de tela hasta llegar a mi piel y un escalofrío recorrió toda mi espalda. Lejos de excitarme, aquella mujer conseguía sacarme de quicio.
    - Bueeenas noches, queriido – dijo con su característica voz.
    Hablaba de manera pausada y alargando excesivamente algunas sílabas acentuadas en un tono un poco más agudo de lo normal. Me enervaba aquel extraño acento de un modo más que irremediable.
    - Buenas noches, baronesa – respondí con mi rasgada voz - ¿Qué se os ofrece?
    Ella bordeó la mesa lentamente mientras barría el impoluto suelo con su bata. Se sentó en su gran sillón frente a mí y me miró fijamente, consiguiendo el segundo escalofrío de la noche.
    - Deberías dejar de fumar maatter, queriido – comentó agitando levemente la cabeza con desaprobación-. ¿Qué pensarían si te vieran haciéndolo en púublico? Es una costumbre de mercenaarios y vagabuundos, además tienes la voz horriiiible.
    No era eso exactamente lo que comentaban de mi voz en el reducido círculo de amistades aristocráticas en el que nos movíamos; más que horrible, me atrevería a decir que resultaba de lo más atrayente. Jamás alzaba la voz, hablaba casi con raucos susurros que podían sonar tan insinuantes como la seda rasgada, o tan amenazadores como la piedra pómez, según su destinatario.
    - Vuestro exquisito pintor jamás fuma en público – aseguré con determinación mientras apagaba el hornillo de la pipa.
    Iluminada por la parpadeante luz de las velas, la fisonomía de aquella mujer se hacía más cadavérica y siniestra aún si cabe. Llevaba un elaborado recogido blondo en la nuca y dos pesados pendientes colgaban de los flácidos lóbulos de sus orejas; parecían dos péndulos dorados en cada movimiento de cabeza. Su piel estaba empolvada a conciencia, unos excesivos coloretes resaltaban sus pómulos y sus labios resplandecían rojos como la sangre. Apenas tenía arrugas pero sus pequeños ojos azul crepuscular, hundidos en las cuencas, le otorgaban una mirada sabia y antigua que le helarían la sangre a cualquiera.
    Le retiré la mirada y ella sonrió; era consciente de que me ponía nervioso y parecía divertirla.
    - Seré conciiisa, queriido – dijo alargando las sílabas-. Quieero la cabeza del Cooonde Iliant sobre eeesta mesa. Te doy como plaazo dos nooches.
    Aquella petición me sorprendió de sobremanera y al parecer, por la expresión casi cómica de la baronesa, la sorpresa tuvo que reflejarse en mi imperturbable rostro.
    Ella se acodó en la mesa y se inclinó hacia delante mirándome con interés.
    - ¿Te sorpreendes, queriido?
    Como las palabras no llegaban a mis labios solo me encogí de hombros sin definirme.
    Ella esbozó una afilada sonrisa.
    - Insiiiste demasiado en que tus lieeenzos salgan a la luz – puntualizó.
    - Ya veo.
    El Conde Iliant era un educado caballero otoñal enamorado del arte y los encantos femeninos. En numerosas ocasiones se había presentado en la residencia de la baronesa sin ser previamente invitado, con la intención de admirar mi misteriosa obra. Ella siempre se había mostrado reticente a exhibirla en público, argumentando que era demasiado transgresora para la casta mentalidad del reino, por lo que él insistía cada vez con mayor empeño, sacando sus propias conjeturas sobre el contenido de mis pinturas: ¡Vamos muchacho! Comparte la belleza del mundo que nos rodea con un viejo amigo de tu mecenas – me decía siempre que nos encontrábamos a solas-. Nadie tiene porqué enterarse. Mi agudeza y don de la oportunidad me permitía disuadirle con facilidad, tachando mis obras de oscuras y melancólicas y negando la aparición de ninguna dama ligera de ropas en ellas. A decir verdad, aquella obsesión por su parte me incomodaba bastante pero no hasta el punto de despertar mi instinto asesino.
    La baronesa me contemplaba fijamente sin borrar la sonrisa de su rostro. Me dio la impresión que estudiaba mi reacción.
    - Tu oobra no es buena, queriido, ni siquiera está cerca de serlo - dijo suavemente-. Y no queremos que se descuubra la tapadeera, ¿verdad?
    Asentí con la cabeza comprendiéndolo todo:
    Cuando llegué a la ciudad de Murah, con solo quince años, coincidí con un carismático umbreo que malvivía cometiendo pequeños hurtos. A parte de darme cobijo en su nido de porquería y adiestrarme en el noble oficio del ratero, me mostró otro modo de ver y entender la vida; algo que nacía en la belleza que nos rodeaba, que nos impulsaba y tenía como propósito no dejar indiferente a nadie: La pintura.
Robábamos oleos, lienzos y papel vitela colándonos en las casas del barrio de los ricos mercaderes por las noches y durante el día, empuñábamos nuestros pinceles y soñábamos con convertirnos en renombrados pintores de la Corte.
    Durante un año intentó transmitirme sus conocimientos, sin demasiado éxito. Solía recriminarme que mis creaciones eran demasiado… viscerales; que no lograban captar la belleza sino asesinarla, en el sentido más amplio de la palabra. Aun así, no desistí en mi empeño. Emborronaba carísimas hojas de papel con mi carboncillo en los burdeles más sucios de la ciudad; plasmaba mi alma en los lienzos mientras aspiraba los fragantes vapores de los oleos e intentaba estampar mis inquietudes, siendo la mayor de todas ellas la muerte: retrataba a rameras con la mirada ausente y el pecho abierto en canal, a niños devorados por sus propios perritos de compañía, tétricos cementerios y velatorios donde una docena de muertos velaban a un viejo que solo dormía… Pero ninguna de aquellas pinturas conseguía ni siquiera rallar la realidad; carecían de alma propia.
    Una noche, mientras terminaba de retocar uno de mis cuadros, mi compañero irrumpió en aquella desastrosa habitación con su sucia camisa cubierta de sangre. Recuerdo que apretaba un trapo empapado en ella en su costado. Me han cogido- me dijo cayendo de rodillas al suelo. Yo me aparté con parsimonia del cuadro, le recogí con delicadeza y le tendí sobre el único camastro que había en aquel minúsculo habitáculo; y le observé: era bello; rabiosamente real. Estaba cubierto de sangre y tenía la cara desencajada, no tanto por el dolor como de pánico al ver mi inquietante tranquilidad. Aparté el cuadro a medio acabar y coloqué en mi caballete un nuevo lienzo en su lugar, terso y blanco. Comencé a retratarle con lentitud, con trazos limpios y precisos mientras él se desangraba sin ser capaz de pedir auxilio. Finalmente murió.
    Cuando acabé tan oscuro retrato sentí que le faltaba algo, seguía careciendo de alma. Me aproximé a mi compañero y hundí mi pincel en su costado, mezclando el oleo con su sangre. Examiné el tono y la textura de aquella nueva mezcla y acabé mi obra.
    Un par de años después, logré ingresar en el clandestino gremio de sicarios del barrio umbreo sin otro fin que continuar desarrollando mi talento oculto, pero para entonces, descubrí que el oro era lo que realmente llamaba mi interés por encima de todo lo demás y abandoné la pintura. Me instalé con ellos y me adiestraron los mejores y más sanguinarios, convirtiéndome en un auténtico asesino.
    Por extraños giros del destino, una noche conocí a la baronesa. Tras realizar algunos encargos para ella, surgió el tema de las colecciones de arte en una de nuestras tediosas conversaciones en su residencia. Yo le hablé de mis cuadros y curiosamente, ella insistió en que quería conocer mi obra y poseerla en su colección.    Regresé a la sucia buhardilla donde pasé mis primeros años en Murah, recogí todos mis lienzos e ilustraciones y se los llevé. Entonces, para mi sorpresa, me ofreció su mecenazgo con dos únicas condiciones: la primera, no revelar ante nadie mi obra bajo ningún concepto; la segunda, convertirme en dos personas totalmente diferentes. Un pintor procedente del Reino D’Acatonya de cara a su círculo de amistades y un discreto sicario que velara en todo momento por sus intereses.

    Me recliné en mi asiento y sonreí.
   - Sé perfectamente que admiras mis cuadros cuando crees que nadie te ve… no deben ser tan malos como dices – comenté con petulancia.
    La baronesa suspiró y me devolvió la sonrisa.
    - Muy poocos sabrían apreciar tu aarte, queriido – dijo recordando la cruda esencia de la muerte en cada trazo del retrato del cadáver de mi antiguo compañero-. ¡Es más! Seguuro que te condenarían a la hooorca si algún día tu oobra saliera a la luz. Y eso perjudicariiía mi impecaable reputación.
    Asentí conforme.
    Realmente el pintor cortesano era la tapadera de mi alter ego, pues mi habilidad con las dagas era notablemente mejor que con el pincel, por lo que ella se encargaba de recordármelo a menudo para evitar equivocaciones por mi parte.
    La baronesa se levantó lentamente de su asiento y me señaló la puerta para que desapareciera cuanto antes, sin decir una palabra más. Obedecí y caminé hacia el lugar donde ella apuntaba con su huesudo dedo índice. Antes de que pudiera rozar el pomo de la puerta ella carraspeó casi con dulzura.
    Me giré hacia ella.
    - Serías tan amaable dee… - dijo ella dejando la frase en el aire convirtiéndola en una sutil pregunta.
    Asentí con la cabeza y esbocé una maliciosa sonrisa. Ella me la devolvió.
    - Nunca son demasiados para vos, ¿me equivoco? – pregunté ladeando la cabeza.
    Ella puso los ojos en blanco y soltó una risilla cantarina.
    - Puedes retiraarte, queriido – dijo haciendo un ademán con la mano.
    Hice una breve reverencia y abandoné la sala.




8 comments

ORLANDO TÜNNERMANN 23 de junio de 2012 a las 17:37

¡Hola Tamara! la historia está muy bien hilvanada, el lenguaje es fácil de seguir y cómodo al lector, es cercano y casi familiar. Me gustan los personajes, cómo descubres su alma, su idiosincrasia, hábitos y actitudes. Escribes con detalle, me gusta ver lo que leo, eso lo haces muy bien, enhorabuena. Está muy bien contado ese trance hacia los umbrales de la corrupción y delincuencia. Un abrazo

Unknown 23 de junio de 2012 a las 20:35

Gracias por tu comentario, Víctor. Es de agradecer la molestia en leerlo y "criticarlo", desgraciadamente no muchos lo hacen. Yo siempre que lo leo cambio cosas, no puedo evitarlo. Nunca me termina de gustar del todo, pero poco a poco va tomando forma.
¡Un abrazo!

Igor 24 de junio de 2012 a las 22:05

Oh, un relato con sabor a siglo XIX. No me hagas mucho caso, tampoco. Qué comparando soy malooo. Un relato que me ha dejado muy intrigado, y que no sé responder a dos preguntas:
¿Realmente pinta bien o no? ¿Y cuál es su final? Bueno, he visto que hay continuación, así que mañana vuelvo por estos confines.
Ah, decir que el relato me ha resultado muy atractivo. ¿Gótico? Podría ser. Esa baronesa es un gran personaje. Cojonuda su descripción.
Un abrazo.

Unknown 24 de junio de 2012 a las 23:14

Es un proyecto de novela, pero está muy verde aún. Empieza con un royo un poco gótico,sí, pero pronto coge un estilo más comparable al... ¿género de aventura?.
El final está muuuy lejos, solo he colgado el prólogo (que no me convence para nada) el primer y el segundo capítulo, pero existen bastantes más. Espero que las musas regresen de vacaciones pronto porque he dejado aparcado este proyecto demasiado tiempo. Supongo que más adelante colgaré algo más.
Un abrazo, Igor y gracias por el comentario.

Igor 25 de junio de 2012 a las 15:27

AH, un fragmento a modo de pequeño bocado. Buena idea. Insisto en que esa baronesa merece más tiempo, encarna el encanto y la fascinación de lo decadente. Él parece pertencer a un mundo más real.

Pues que las musas te acompañen y las horas, miles de horas.
Besos.

Unknown 25 de junio de 2012 a las 16:22

La baronesa tiene protagonismo, aunque como todo en esta vida tiene sus picos. Puede perder toda importancia como recuperarla repentinamente en un punto concreto de la historia.
Que las musas me acompañen, pues, y por supuesto el trabajo duro.
Suerte y ánimo con tu novela, y... mucha musa! (queda un poco hortera, pero bueno. Sin la inspiración estamos perdidos)
¡1 abrazo!

Pablo Canadé 29 de junio de 2012 a las 3:38

Gracias Tamara por tus comentarios y por pasarte por mi blog. El tuyo está muy bueno también!!!!

Unknown 29 de junio de 2012 a las 12:25

De nada Pablo, y gracias a tí también por pasarte por e mío. Me encanta como pintas y dibujas.
Un saludo.

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