Continúa el relato:
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Relatos
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Os propongo continuar el siguiente relato:
Crearemos personajes nuevos y nuevas tramas, aunque es lícito algún guiño que otro a lo conocido.
En el rincón más sucio de los arrabales úmbreos, en la ciudad de Murah, se alza deslucida una casa de muros de piedra y vigas de madera carcomida. En otros tiempos fue una prospera posada donde mercaderes procedentes de otras tierras pasaban la noche y llenaban sus estómagos, hoy no es un más que un refugio de ratas que venderían a su propia madre por una jarra de hidromiel.
Aún conserva la taberna en la planta baja, aunque nadie osa poner un pie en su interior por miedo a perder la vida. La primera planta no es más que un fantasma del pasado, un largo pasillo con habitaciones carentes de puertas, carentes de intimidad. El hedor a meado y a humedad lo envuelve todo; los gemidos, las risas y los improperios lo envuelven todo; la vida y la muerte, unidas por un breve hilo...
La segunda planta es el antiguo desván de la posada, una buhardilla ornamentada con inmemoriales telarañas , grandes arcones de madera y un incómodo jergón relleno de paja. A través de una única ventana en ojo de buey se cuela el maldito sol que se cierne en la Región de los Reinos cada mañana y la luz de las lunas mientras los hombres duermen. Esa buhardilla es el lugar donde me oculto del resto del mundo, donde preservo mi anonimato, donde custodio mi historia; una historia que lucha por si misma para ser revelada.



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Pues es un buen comienzo, tremendamente abierto. Podría ser cualquier época, podría ser un ser de cualquier edad...
Yo ando liadillo acabando una novela...
Pero me parece una buena iniciativa, divertida, hacer un relato sin rumbo fijo.
Saludos.
Pues cuando encuentres el tiempo me encantaría que participaras. Cuantos más puntos de vista diferentes mejor, además escribes muy bien, sería un gran aliciente a su lectura.
1 abrazo.
Te ha quedado precioso el blog,y la musica, que grande. Felicidades!
Estoy con Yolanda. Te esta quedando precioso y muy
buena musica.
Ahora desde mi decrepitud, echando la vista atrás, creo que nunca fui un dechado de virtudes ni física, ni moralmente, mas bien fui un ser despreciable.
Nací en cualquier parte camino de la ciudad de Murah. De madre umbrea y padre desconocido, no importa el lugar.
Desasistida de cualquier tipo de ayuda, el parto se complico. Complicando mi niñez, mi existencia, mi vida.
Gracias Yoli, D.N., por vuestras palabras.
Este mundillo del blog ofrece un amplio abanico de posibilidades, la cosa es bichear un poco por la red y cotillear e interesarte por otros blogs mucho mejores que el tuyo para coger ideas para así crecer un poco ( en este campo, claro)
A este todavía le queda, pero por el momento se quedará como está. Me da perezón seguir con más cambios.
Un abrazo.
Continuemos:
Ahora desde mi decrepitud, echando la vista atrás, creo que nunca fui un dechado de virtudes ni física, ni moralmente, mas bien fui un ser despreciable.
Nací en cualquier parte camino de la ciudad de Murah. De madre umbrea y padre desconocido, no importa el lugar.
Desasistida de cualquier tipo de ayuda, el parto se complicó; complicando mi niñez, mi existencia, mi vida. Ella se fue justo en el mismo momento en el que yo llegué al mundo. Exhaló su último aliento cuando mis pulmones se henchían del polvoriento aire de aquel secarral. "Una vida a cambio de otra, muchacho"- me solía decir aquél que me encontró solo y desvalido junto al cadáver de mi madre; aquél que me acogió como el que adopta al cachorro más raquítico de la camada. Mi dueño, mi socio; me atrevería a decir incluso: mi amigo.
La educación de mi infancia y adolescencia dejo mucho que desear. La calle, las malas compañías ,la falta de un control de unos padres hicieron de mi un hábil y astuto timador. Tuve un buen maestro, Lass mi dueño. Su habilidad con las cartas nos llevaba a cualquier taberna en que hubiera una partida, de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad.
Era el mejor y mas certero embaucador que pudiera existir en todo el reino. No me perdía el mas mínimo de sus movimientos. Las cartas entre sus manos se movían con la elegancia con la que se mueven las manos de la bailarina. Todos sus gestos estaban perfectamente aprendidos; el estudiado error al barajar, el alegre frotar de manos al ganar, el afectado gesto al perder una mano ...era un genio
Desplumaba a todo tipo de incautos. Triunfadores seguros de si mismos, seres respetables convertidos en canallas, auténticos canallas disfrazados de señores. Había también tipos de aspecto decadente, acobardados, tal vez colgados de la ilusión de una noche de gloria; seres dispuesto a jugarse las ultimas alhajas de la familia o el desayuno de la mañana siguiente. A los primeros les movía la diversión, la codicia, a los segundos la mas pura desesperación.
(Genial, D.N. , me gusta mucho el enfoque. Buen personaje y mejor descripción.)
***
Lass, diminutivo de Lasstar, podría pasar por un tipo corriente; uno de esos hombres que no destacan por la típica envergadura de un guardia, por la opulencia de un jodido aristócrata murahno o por la estoica fachada de un mercenario. Más bien adoptaba la imagen de alguien sin demasiados recursos, de escaso juicio y con mala fortuna en el juego, lo que le ayudaba a atraer a nuevas víctimas a estafar. A veces parecía la incauta oveja descarriada que osa aventurarse más allá de su rebaño hasta los territorios del lobo.
Su puesta en escena me cautivaba. Solía irrumpir en cada taberna con la cara desencajada, como el fugitivo que intenta huir de la Guardia Real sabiendo que ésta le pisa los talones; se acodaba en la barra con aire taciturno y le confesaba al dueño del local su supuesto problema con el juego en un tono lo bastante audible para que todo el que anduviera cerca se interesara por él, hasta el punto de retarle a una partida con intención de desplumarle.
Justo en aquel punto de tan estudiado juego, mi papel comenzaba a tomar relevancia.
Gracias me alegra que te guste.
Me esta gustando mucho lo nuevo del sicario. Una verdadera sorpresa.
_____
Era como escenificar una obra en la corrala de un pueblo.
Con el escenario ya montado, el señuelo echado y los incautos picando, la representación tenía que comenzar.
Una vez lo parroquianos sentados alrededor de las cartas, Lass estudiaba minuciosamente a sus pipiolos. Normalmente elegía a uno de entre todos, por supuesto, al que tenía la bolsa más abultada. Iba a por el cómo si de una cacería se tratara, le daba un pequeño zarpazo y al momento le dejaba un espacio para que huyera. Le apretaba y le soltaba hasta dejarle confiando en que hoy era su día de suerte.
Era el momento de darle una buena mano. Con sus agiles y rapidos dedos le pasaba la mejor mano que pudiera pensar. Con el incauto ya del todo seguro y la mesa repleta de monedas, era entonces el momento de entrar a escena.
Con la justa tartamudez para no llegar a provocar lastima, desde la puerta de la taberna gritaba:
-Padre, dice madre que vuelva a ca casa, que no hay de comer.
-Dile a esa ramera que iré cuando me de la gana- gritaba sin apartar la vista de las cartas.
Comenzaba a llorar y me iba acercando a él hasta que conseguía abrazarle.
-Padre no se gaste el dii inero por favor. Los pequee eños lloran de hambre.- le decía zarandeándolo por los hombros.
-Acabo esta mano y nos vamos, no he tenido suerte en toda la tarde – mesándose los cabellos se lamentaba.
La gente se iba arremolinando, lanzándole improperios de todo tipo:
-Canalla, mal padre, vas a dejar morir a tus hijos.
Este era el momento, en medio de todo aquel batiburrillo, cuando Lasstar aprovechaba para cambiar alguna de sus cartas. Una vez serenados los ánimos, el timado enseñaba sus cartas con la sonrisa del que se sabe ganador, que se tornaba en llanto cuando mi dueño enseñaba las suyas con un piadoso chasquido de lengua y un levísimo gesto de pena.
Salia airoso del lugar, cubriéndose la espalda mirando de soslayo hacia atrás, lamentandose cínicamente de la desgracia ajena y con el zurrón por supuesto repleto.
Ocurría así las más de las veces. Pero no en la ciudad de Archor donde un humano fue mas hábil con la espada que el con las cartas.
Las andanzas del sicario están en modo "pause"... No consigo concentrarme, espero que algún día regrese la inspiración.
***
Archor era uno de los núcleos principales del comercio en el Reino D´Alvianson; encaramada sobre el cabo Arch, la boyante ciudad costera recibía y despedía a sus enormes galeones mercantes mientras daba cobijo a los tipos más rudos del reino. Los alvianos - en términos generales- solían ser tachados en su reino vecino, de ser gentes de poco raciocinio, entregadas a una vida disoluta y pendenciera. Sus mujeres tenían fama de libertinas y los hombres, de irascibles beodos portadores de bolsas repletas de oro. Así pues, guiados por los rumores del Reino D´Amurah, partimos hacia Archor con la intención de jugar nuestras mejores cartas.
Me hubiera gustado poder decir que yo tuve algo que ver en aquella decisión, pero Lass hablaba por los dos, y yo me veía obligado a seguir sus pasos como el perrillo sumiso que acompaña a su dueño para poder dar buena cuenta de sus sobras.
Por aquel entonces debería tener unos catorce años, era un niño escuálido -también Lass comía y bebía por los dos- de mediana estatura y melena zaina. Mis ojos, oscuros y profundos, destacaban en un rostro alargado, un rostro que debería ser moreno verdinegro cuando en realidad era pálido como el de cualquier chico de la raza de los hombres. A pesar del indiscreto tono de mi piel, mis demás rasgos eran los de un úmbreo cualquiera: cabello encrespado, orejas puntiagudas en su extremo y nariz recta y alargada.
Lasstar, úmbreo espigado, de tez oscura y frente ancha, me solía llamar "bastardo" y me recordaba a menudo que de no ser por él, no sería más que abono para el campo o, de haber corrido la suerte de encontrar un arriero compasivo en aquel camino, un desterrado en las Quebrantahuesos, un engendro, un repudiado. Aunque a decir verdad, siempre me había sentido así, como un engendro que no tenía hueco entre los úmbreos y mucho menos entre los hombres. Lass había sido el único en no darme la espalda y por eso, mi compromiso moral para con él, me obligaba a ser su estela, su siervo, su confidente, su aliado, su única familia. Pero todo eso cambió la noche que llegamos a Archor.
Debes de tener la inspiracion mal aparcada, porque no das pausa al coco.
Un besazo, preciosa
Sentado en el acantilado, con un nudo en el estomago mientra miraba mis pies como se mecían en el vació pense:
- Que grande es.
Habia oido innumerables historias sobre el mar contadas por charlatanes sin mas hogar que una taberna, por ancianos marineros curtidos en cientos de tormentas, y pusilánimes en busca de un sueño que no llegaria jamas.
Unas historias creibles,veraces, otras increibles.
Peligros, batallas, tesoros incalculables, mujeres con cuerpo de pez y voces seductoras, seres extravagantes salidos de las profundidades,islas embriagadoras.
Embobado me sentaba y les escuchaba ensimismado imaginando que era yo el protagonista de todas aquellas historias. Yo era el que blandía la espada esquivando cada certero golpe de aquel pirata, yo era el que me tatuaba el brazo con el nombre de la tabernera de puerto donde hicimos escala,yo era el que mandaba aquella imponente goleta en busca del mayor tesoro imaginable, yo era el que salvaba a la tripulación de aquella devastadora tormenta. Siempre era yo.
Pero nada de lo que habia imaginado era comparable con lo que ante mis ojos se abria y
allí permanecí hasta que el sol se oculto, emborrachandome de sus olores, de sus sabores y de su color.
El océano Sylrio se extendía inabarcable hasta unirse con el cielo anaranjado. El sol se ocultaba y la luna mayor comenzaba a alzarse, orgullosa, sobre mi cabeza mientras varios jirones blanquecinos trataban de ocultarla, celosos de su bello resplandor. Las nubes avanzaban desde las Quebrantahuesos, amenazando con cubrir el océano entero con sus lenguas esponjosas. Un atardecer como aquel, fue testigo, al igual que yo, del triste final del úmbreo más fullero que el Mundo Conocido conoció y conocerá jamás; un atardecer como aquel presenció la trágica muerte de mi amigo Lasstar.
La noche que llegamos a Archor, tras elegir una de sus numerosas tabernas y escenificar nuestra estudiadísima pantomima, mi maestro ocupó una de las cuatro sillas que rodeaban una de las maltrechas mesas que plagaban aquel húmedo antro y tres hombres recios; de orejas y nariz ornamentadas con diversos aros de oro, barbas estropajosas y rostros curtidos por el sol de cubierta, se unieron a la partida con la absoluta certeza de que aquella noche disfrutarían de la compañía de la diosa fortuna. Los naipes tomaron protagonismo y las monedas de oro se fueron amontonando en el centro de la mesa, cegando ,mano tras mano, con mayor intensidad la voluntad y la escasa cortesía de los corsarios. Tras varias manos perdidas y mi inestimable colaboración, Lasttar ejecutó su jugada maestra y les desplumó sin contemplaciones. Supongo que de haber estado en nuestro reino, no hubiera acabado con un puñal hundido en su estómago para después ser arrojado por el acantilado, aún con vida; supongo que de haber tratado con simples nobles o mercaderes, se hubiera embolsado el oro para después pasar una agradable noche disfrutando de la compañía de Mary, la pelirroja, en el Burdel de los Versos; supongo que aquellos tipos descubrieron el engaño, aunque tal vez tuvieran mal perder y demasiada habilidad con las dagas que colgaban de sus cintos. Quizá la idea de buscar fortuna en el reino vecino fue su perdición; quizá, su codicia o simplemente su actitud de creerse más listo que los demás. Solo sé que Lasstar me dejó solo en una tierra forastera repleta de asesinos y yo era demasiado joven e inexperto para ganarme el pan con la habilidad de aquel veterano.
El sol terminó por ocultarse tras el océano, las nubes no tardaron en cubrir el cielo, engullendo a las lunas y el Archya no tardaría mucho en zarpar. Me incorporé del suelo, cogí mi hatillo y corrí hacia el muelle donde el capitán reclutaba tripulación para embarcarse hacia tierras silvanas.
La muerte de Lasstar y su posterior saqueo, me dejo sin un encil en el zurrón y sin nada que llevarme a la boca.
Mientras esperaba mi turno, la vista de aquel espetón de madera donde se asaban unos animales le hizo reaccionar a mi estomago rugiendo como una manada de lobos. Mi apetito disminuyo cuando me di cuenta de que lo que allí se asaba no eran mas que unas ratas.
-¡Tu nombre chico!- la voz cavernosa de aquel hombre me hizo salir de mis pensamientos.
Tarde un tiempo en reaccionar. Había utilizado tantos alias en mi corta vida que mi verdadero nombre casi lo tenía en el olvido. Me quede pensativo.
Pasaron unos segundos que le parecieron eternos al contramaestre. Sentado en una silla ridículamente pequeña para su tamaño cerró los ojos al mismo tiempo que suspiraba. Se tapo la cara con sus enormes y callosas manos pasándoselas con toda la calma del mundo desde la frente a la barbilla. Cuando termino dejo al descubierto su cara de enojo.
-Rápido, no tengo todo el día, como tampoco tengo la intención de perder la marea por un chiquillo medio úmbreo- susurro con calma sin apartar la mirada del papel. Al mismo tiempo se levanto lo minimo de la silla para dejar salir un sonoro y apestoso pedo, mirando satisfecho en derredor en señal de aprobación.
-Eeeh- vacile nervioso. Toda aquella representación me estaba alterando mis nervios.
-Maldita sea. ¡El siguiente!- grito con furia dando un puñetazo sobre la mesa. Me sobresalte dando un brinco.
Del golpe se desparramo todo lo que habia encima dándome tiempo, mientras lo recogía, a pensar.
-¡Nils!- grite.
Creo que este era mi verdadero nombre. Por lo menos asi me llamaba Lasstar cuando yo era un niño.
Me resulto raro oirlo de mi propia voz y me llevo a pensar en muchos años atrás, en mi infancia.
El contramaestre con parsimonia cogió su preciosa pipa de espuma de mar labrada con la cara de una bella mujer. Lleno la cazoleta y la prendió fuego.
Mientras volutas de humo * salían por la comisura de sus labios, agarro la pluma de anade, la baño en tinta y con la dificultad de un párvulo escribió mi nombre en una lista ya repleta.
Levanto la vista del papel y me dijo ofreciéndome la pluma:
- Tu marca chico-
Antes de recogerla le hice el gesto universal de frotarme índice y pulgar y extender la mano.
El me miro entornando los ojos, ofreciéndome una sonrisa repleta de huecos.
- No te aseguro dinero. Te ofrezco el trabajo mas duro que hayas tenido en tu joven y desgraciada vida, por el que lloraras todas las noches llamando a tu madre esperando que te dejen de doler las manos. Te ofrezco un único y apestoso plato de comida con el que llenar el estomago, y que nada mas probarlo tu primer impulso será el de vomitar. A tu lado compartiras trabajo con los marineros mas traicioneros que se puedan encontrar en todo el reino, que no dudaran en tirarte por la borda por una mala mirada con los testículos en la boca como unico flotador y un capitán que no parara de azotarte por una maniobra mal realizada hasta que se vean tus huesos. Al final del dia llegaras tan cansado al catre que las chinches que recorrerán tu cuerpo seran el menor de tus problemas.
Pero como recompensa la final del viaje podras tener tanto dinero que no tendras tiempo para mal gastarlo. - dijo mientras las flemas provocadas por la tos le impidieran que siguiera carcajeándose.
-Si estas de acuerdo, firma- me dijo con gesto serio cuando hubo acabado de toser. Alargo el brazo ofreciéndome de nuevo la pluma.
Yo, como el resto de los que delante mi estaban marque con un aspa el contrato que me ligaría con el Archya y con estos indeseables durante un tiempo que me pareció una eternidad.
*Un guiño para Losa.
Embarqué en aquel enorme barco con las palabras de aquel saco de sebo desdentado flotando en mi mente. Después de una retahíla de advertencias con sabor a amenaza, destellaba la promesa de regresar con más oro del que pudiera imaginar. Supongo que aquel suculento matiz y el hambre que mordía mi estómago hicieron decantarme por dibujar en aquella lista de condenados, mi marca siendo ajeno a sus consecuencias.
Me atrevería a confesar que, a pesar del largo tiempo transcurrido desde entonces, aún noto con frecuencia el sabor de la esencia de aquel tortuoso viaje: salitre, sudor, ron, víveres rancios y sangre. Quizá de todos aquellos matices, el de la sangre fue el que más penetró en mi subconsciente, marcándose a fuego tanto en el gusto como en mi ya precario olfato. No fueron pocas las bofetadas y empujones hacia el bastardo de la tripulación - así era como me llamaban, El Bastardo - no fueron pocas las palizas, en las que, en ocasiones incluso disfrutaba de una merecida victoria. En la cubierta del Archya descubrí la sensación de extirpar la vida de cuajo a más de uno, cabe decir que no tenía más de dieciséis otoños cuando ocurrió la primera vez. Poco o poco me vi convertido en todo un corsario en cuyo vocabulario no existían palabras como temor, respeto, misericordia o escrúpulos.
Durante aquella expedición a tierras silvanas tuvieron lugar varias guerras por territorio en toda la región. D´Amurah intentó arrebatar sin demasiado éxito la comarca de Suxpirius a D´Alvianson, y éstos a su vez trataron de ganarle terreno a los hostiles blaskos en Tierra de Nadie. Entre tanto, el Archya surcaba el Sylrio, con la impetuosidad de un dragón.
La tripulación contaba en su mayoría con hombres, algún que otro úmbreo y un par de blaskos, todos ellos curtidos por el aire del océano y el sol de cubierta; todos ellos desconfiados y peligrosos. De aquel enjambre de abejas enrabietadas, un tripulante destacaba por encima de los demás, incluso eclipsaba al mismísimo capitán. Aquel tipo brillaba como un escudo de oro en un arcón de sucios encíles, hablaba poco y cuando lo hacía se dirigía exclusivamente a su akont silvano, un extraño instrumento de tres cuerdas y largo mástil que tocaba noche tras noche mientras observaba la luna mayor. Su estado natural era la embriaguez y apenas probaba bocado, por lo que era delgado como un junco; su mirada era desapasionada y parecía haberle robado el color al propio océano; su sonrisa era torcida y realmente difícil de ver.
- Quizá algún día puedas enseñarme a tocar eso - le dije una de las noches en que la música brotaba a melancólicos borbotones, de sus dedos.
El silvano - ese era su nombre en tripulación, nadie conocía su nombre real- me lanzó una larga y reflexiva mirada y dejó escapar una de aquellas extrañas sonrisas, sin dejar de tocar. Nunca hubo respuesta.
En las bodegas del barco corrían todo tipo de rumores acerca de él. Unos mantenían que era un brendhï que regresaba a su tierra para retomar su corona; otros que era un letal guerrero que cansado de la guerra, había optado por retirarse a su región; los más románticos, elucubraban que no era más que un silvano con el corazón roto que trataba de olvidar bañado en hidromiel. Lo que jamás supimos es que las tres opciones se enredaban en una larga y oscura vida dando origen a la verdad.
En una ocasión, estando relativamente cerca de otear tierra firme, el silvano se acercó a trompicones y se sentó a mi lado. Su larga y grasienta melena rubia ondeaba, convirtiéndose en su bandera particular.
- ¿Qué diantres haces aquí, mocoso? - dijo con una voz que, aún debiendo ser melódica y suave como marca su raza, era ronca y grave.
Su pregunta me pilló de improviso y no supe qué responder, me encogí de hombros y miré al horizonte.
- No veo en ti la crueldad de esta panda de ratas odiosas - añadió.
- No tuve otra opción - musité de mala gana. No comprendía que diferencia veía entre el resto de la tripulación y yo, cuando me empeñaba por parecer más fiero que los demás.
El silvano negó con la cabeza imperceptiblemente.
- Siempre tenemos otra opción, mocoso. No lo olvides.
Dicho aquello comenzó a rasgar las tres largas cuerdas de su akont mientras marcaba los acordes en el mástil, con la vista anclada en la luna.
- ¿Te espera alguien en la Región Silvana? - pregunté al rato, armándome de valor. aunque nunca me posicionaba, era de los que creían que aquel tipo era un despechado.
El silvano dejó de tocar y suspiró.
- Seguramente, aunque de poco me importa quien me espera o quien reniega de mí - hizo una larga pausa; parecía elegir las palabras- Hace mucho tiempo que la Región Silvana dejó se ser mi hogar - me miró de reojo y sonrió-. ¿Y qué me dices de ti? ¿Qué esperas encontrar en las tierras de tan orgullosa raza? ¿Riqueza infinita? ¿Mujeres inalcanzables?
- Supongo que lo primero - dije tras decantarme sin mucho pensar.
La música comenzó a fluir de nuevo.
- Espero que soportes bien las decepciones, mocoso - dijo sin más enfrascándose en su melodía.
Muy bueno Tammy
___________o___________
Llevábamos mas de una semana de calma chicha. Uno de esos días me encontraba de guardia en cubierta practicando nudos con un cabo. No era muy hábil en esta práctica y ya me había llevado algún mandoble del contramaestre por esta razón. Era de anochecida, con el cielo desparramado de estrellas. El primer día en que el capitán nos daba una tregua y el primero en el que mi estomago agradeció la falta de viento.
En estas estaba cuando el silvano apareció por cubierta colocándose a mi lado. Imperturbable, rasgando su inseparable instrumento y musitando lo que quería parecerse a una canción.
-Si no aparece pronto el viento tendremos problemas- dijo canturreando y sin desviar la mirada de su instrumento.
Yo seguí a lo mío sin hacerle mucho caso.
Siguió hablando a su instrumento:
-Hace ya muchas estaciones, yo era bastante más joven, navegaba a las ordenes de un indeseable por los peligrosos mares Aridos en un desvencijado ballenero. Un desgraciado dia después de unas jornadas muy prosperas en capturas, de repente, llego la calma total. Ni una brizna de viento inflaría las velas durante muchísimos días.
Habían sido muchas jornadas agotadoras y los primeros días todos estábamos alegres, necesitábamos un descanso. Los marineros estaban ociosos, no había trabajo, bebían, bromeaban, jugaban a cartas.
Pasaron los días de la misma forma, pero el reducido espacio, el ocio, la escasez de comida y en particular la falta de mando y liderazgo iban a hacer que todo cambiara y que el barco se convirtiera en un campo de batalla, en una ratonera sin más escapatoria que el mar.
El mas mínimo gesto, mirada o roce dio paso al insulto, al golpe, a la cuchillada. Éramos como perros de pelea encerrados esperando que soltaran la presa para abalanzarnos sobre ella y despellejarla sin ningún motivo, solo por el puro placer de matar. Nos convertimos en bestias, era la delgada línea entre la vida y la muerte, entre el placer y el pecado, entre el odio y la amistad.
Se formaron dos bandos, uno encabezado por el capitán y el otro mandado por un imponente arponero blasko. No se si la fortuna o la visión de la musculatura del blasko hicieron que me uniera a el.
Las aisladas escaramuzas pasaron a estratégicos ataques para hacerse con el mando del barco. En uno de estos , el final y el mas sangriento de todos, con la potencia del grupo y la estrategia del blasko conseguimos hacernos con el barco.
El miedo que me atenazaba hizo que jamás después utilizara una espada con tanta maestría. Corte miembros, devane orejas, abrí vientres en canal dejando salir su apestoso aroma. No tenia elección me iba la vida en ello, a pesar de lo cual lo hice con placer, me gusto saborear la sangre de los que inmisericorde asesinaba.
Después de que tomásemos el mando encontraron al capitán escondido en la sentina, matándolo. Pese a sus lloros le cortaron la cabeza y la izaron en la mayor a modo de estandarte. De nada les sirvió a sus secuaces que se rindieran pues llevaron la misma suerte que el.
Tras la matanza el viento siguió sin soplar, y al poco tiempo las rencillas empezaron entre los marineros de nuestro bando. Comenzaron las disputas y los malos modos hasta que un fuego provocado por uno de ellos llego hasta la bodega donde se almacenaban toneladas del inflamable aceite de ballena. El barco en pocos minutos comenzó a arder como un árbol reseco. Muchos de los marineros murieron en sus camastros mientras dormian sin percatarse de su desgracia. Yo me aferre a la suerte del blasko que mataba a todo aquel que le impidiera llegar a uno de los botes-.
Cuando termino el silvano de contar su historia, disimuladamente mire por encontrar el mas mínimo atisbo de movimiento en las velas. Trague saliva sonoramente al no encontrarlo.
- Cuentan los más viejos - comenzó a narrar una voz a nuestras espaldas - que cuando el viento no sopla durante jornadas enteras se debe a la presencia de las bestias marinas que habitan estas misteriosas aguas.
Me volví en dirección a aquella sibilante voz y hallé al tripulante más viejo de la Azorya, un hombre quejumbroso de espalda encorvada y mirada turbia; obsesionado con los atributos femeninos de generosas dimensiones y el ron.
Antes de que pudiera abrir la boca para responder, el silvano me tomó la delantera:
- Los dragones custodios no tienen el poder de detener el tiempo como los hombres pensáis - aseguró con aplomo - Su misión en el mundo que conocemos no es otra que salvaguardar su tesoro - hizo un ademán con la mano y volvió a rasgar las cuerdas del akont-. Lo demás son necedades.
Mis ojos se iluminaron de manera evidente cuando la palabra "tesoro" irrumpió en mis oídos con más fuerza que las demás.
- ¿Tesoro? - pregunté movido por la codicia-. ¿Qué tesoro?
Desde que oí aquello; una plegaria, una letanía se repetía sin pausa en mi mente...¿dragones custodios?, ¿salvaguardar su tesoro?, ¡tesoro!.
Durante días intente sonsacar al silvano de todas las formas posibles sobre el significado de aquellas palabras. Lo hice con rodeos llegando a ninguna parte y lo intente de forma directa, interrogándole sin tapujos, llegando a parte ninguna. Por lo que cambiar de estrategia seria la mejor de las alternativas. La carta, creí, mas segura seria el viejo.
De las dos cosas que mas le embriagaban, de una de ellas desistí . La mas que evidente falta de hembras voluptuosas en el barco que pudieran encelar al viejo para sonsacarle su secreto me llevo a seguir por el camino mas evidente y que no escaseaba a bordo,el ron. Pero jamas, en mi corta existencia pensé, que una persona con un aspecto tan demacrado, todo pellejo, arrugas y falta de pelo,con tan evidente escaso futuro pudiera beber de una forma tal.
Acabe durmiendo, tirado en cubierta despues de vomitar por la borda todo el contenido de mi estomago y parte de mis reservas futuras. Mientras, segun me contaron a la mañana siguiente, el seguia contando sus hazañas con "la diosa" mujerona de segun el, enormes y puntiagudos pechos en no se que puerto de no recuerdo que perdida ciudad.
Las palabras de El Silvano iban, venían, se contradecían y mutaban en otras nuevas en mi mente. Tesoros, dragones, escasez de viento, locura, muertes...
Tras veinte largas jornadas sin brisa alguna, la paciencia comenzaba a escasear en cubierta y el brillo de las hojas de los puñales se hacían evidentes con demasiada frecuencia.
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