La Artesana
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Moradores del Mundo Conocido
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La estación de las lluvias ha llegado a la Región de los Reinos. Las hojas, cansadas, despiden a su árbol y caen al suelo para morir entre millones de hermanas. La ribera del Murah se viste de tonos terrosos y rojizos, pasando por los amarillos y verdes apagados. La Artesana pasea entre la vegetación semidesnuda tarareando una canción. A pesar de parecer una simple aldeana, hay algo que la diferencia de todos los demás: sus manos.
Se acerca a un viejo roble – el único de la ribera-. No es lugar para tan maravilloso ejemplar, incluso los álamos más altos parecen tenerle envidia. Sus ramas aún aferran las últimas hojas que se niegan a aceptar la entrada del otoño. Esas hojas albergan la esencia de una primavera pasada, de los rayos de sol que dan candor a los largos días del verano; albergan la fuerza del roble, la historia de una región de gran belleza, bañada por la sangre y las lágrimas de épocas más oscuras. Y esas hojas – sólo esas, las que se resisten al frío- son las que la Artesana busca.
La Artesana vive en el cuarto prohibido de El Archivo de Murah. Nadie como ella conoce los pasadizos subterráneos de la ciudad, por eso nadie conoce la entrada al cuarto prohibido desde los subsuelos. Esa olvidada estancia repleta de polvo, códices y pergaminos, encierra toda la historia de la Región de los Reinos y parte de la historia del resto del Mundo Conocido; y como no podía ser menos, la Artesana es conocedora de cada dato, fecha y secreto de todas y cada una de las épocas pasadas.
Dicen que de entre todos esos antiquísimos códices, rescató un breviario del olvido. Un breviario de un hechicero silvano que se comunicaba con todos los seres vivientes: bestias, árboles e insignificantes plantas. En una de las páginas, la Artesana descubrió cómo preservar la esencia de la naturaleza y la historia de la tierra que nutre las raíces del mundo.
- Son las últimas hojas, las últimas flores, esas que se aferran a la vida pues tienen algo que contar, las que me revelarán aquellos secretos que ni siquiera en los códices aparecen – murmura a modo de conjuro, acariciando una de esas hojas que se suspenden mustias en la rama más baja del viejo roble.
Para entonces la hoja se desprende de su rama y se torna recia y brillante – como recién nacida y esculpida en la más dura piedra- y cae sobre las manos de la Artesana. Ella la modela, susurrándole los versos más bellos jamás hallados en la lengua escrita. La hoja le revela sus secretos y ella, a cambio, le otorga la inmortalidad, convirtiéndola en un amuleto protector que luego colgará de su cuello.



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