Jodidas bestias de circo

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    La mecedora marcaba un ritmo constante; el goteo del grifo óxidado le hacía de diapasón en la habitación contigua; la lluvia alcanzaba el cristal de la ventana como miles de semifusas enfurecidas; y como solista se lucía Maybe con un amplio repertorio de cacareos afónicos.

Antes de continuar, permitidme que me presente: soy Balloon, una vieja gloria circense que acabó en un cuchitril del centro, una gran estrella aclamado por todos que ya no osa asomar sus hocicos a la calle por miedo a la reacción de las masas. Ya no corren los mismos tiempos.

- ¡Diablos, Maybe, para con esa dichosa canción! - rugí enmudeciendo el acompañamiento que le ofrecían las bisagras de mi mecedora.
- QuiQuiQuizá si esa maldita bombilla no pasara encencida toda la santa noche...

Maybe - como podreis haber deducido- es mi compañero de piso y consigue abochornarme cada vez que me cruzo con el vecino de arriba: "¡Cárgatelo ya o me encargaré yo mismo en enseñarle a cantar a sus horas!" . Maybe regentaba lo que siempre he imaginado como un burdel a las afueras. Hablaba con frecuencia de sus chicas - sus castellanas, como él las llamaba- y bromeaba sobre su supuesta paternidad jamás reconocida: "No era yo el único gallo en ese corral de putas". Yo siempre he pensado que le faltaron huevos para afrontar su vida y terminó huyendo de ella, hasta acabar en este nido de ratas infecto.

- Maybe, ¿llaman a la puerta?
- Maybe.

Jamás me reveló su nombre, así que opté por llamarle como me salió a mí de las pelotas. Así fue como le apodé Maybe. Jamás se posicionaba en nada y aún menos con nadie. Toda pregunta era respondida del mismo modo: Maybe. Supongo que de ese modo evitaba pasar a la acción sin cerrarse ninguna puerta, se mantenía en un eterno letargo con la mirada perdida en un futuro más perdido aún.

- ¡Yo no sé ni para qué pregunto! - gruñí.
Desencajé mi enorme culo de la mecedora y abandoné el cuartito de estar, esforzándome por caminar con la columna lo más recta posible. Por mucho cuidado que ponía en cada paso, el viejo e indiscreto parquet del pasillo revelaba mi posición con respecto a la entrada.
- ¿Sí? - susurré con la oreja pegada a la puerta.
- Yo.
- ¡Joder, Bono! ¿Para qué cojones tienes pulgares oponibles? - dije abriendo la puerta como buenamente pude- ¡Usa las llaves!
Bono tiró un manojo del llaves a la mesa del pasillo de mala gana y avanzó a cuatro patas sin reparar en mi presencia. Supuse que iba tan colgado que ni siquiera había podido acertar con la llave en la cerradura.
- ¿Y tu hermana? - pregunté caminando tras él.
- ¿Mi hermana? - dijo girando la cabeza hacia mí mientras me mostraba una enorme colección de dientes perfectamente blancos.
- Perdona Boss, te había confundido con el borracho de tu hermano.

Boss - que era su nombre artístico- era una copia exacta de su hermano, Bono. Ojos redondos y pequeños, castaños. Pelo azabache, la misma costitución, el mismo rostro. Sólo se diferenciaban por una cosa, incluso la voz parecía la misma a pesar de no compartir el mismo sexo - las palabras compartir y sexo darían mucho de sí hablando de Bono y Boss, pero quizá sea demasiado escabroso como para narrarlo por aquí-; sólo la dentadura les hacía únicos al uno del otro.
Conocí a Bono y Boss en el último circo en el que trabajé. Para entonces eran dos jovenzuelos llamados Simón y Martina que se pasaban el día fumando y arrancando carcajadas a los más siesos, una monada de criaturitas, vamos.  Pasaron los años, el circo quebró y nos vimos de patitas en la calle. Gracias a un generoso vagabundo pudimos dar con estas cuatro paredes, aunque esa ya es otra historia.
Boss siempre quiso ser actriz, así que arrastró a su hermano al mundillo de artisteo. Para entonces actuaban con Paco - el vagabundo- en las calles. Con esas monedillas malviviamos todos. Cuando Paco nos dejó lo intentaron en varias ocasiones por si mismos pero siempre acababan corriendo calle arriba perseguidos por los pitufos. Paco sabía cómo llevarlos.

- ¿Has conseguido algo de comer?
- No - dijo ella mientras estiraba sus largos brazos hacia el techo-. Tal vez el borracho de mi hermano haya tenido más suerte.
- Quiquiquizá.
Boss se tiró en el viejo diván que rescataron hace relativamente poco de los contenedores. Bostezó mientras estiraba de manera casi imposible sus estremidades y adoptó una postura picasiana con el fin de comenzar con su pasatiempo preferido: morderse las uñas de los pies. Yo tomé asiento de nuevo en mi raída mecedora y Maybe saltó a la mesa sin emitir ruido alguno.

Pasadas las horas, cuando el día comenzaba a despuntar sobre los edificios de la ciudad, la puerta de la calle nos arrancó de nuestro habitual estado de duermevela. Bono caminó a trompicones por el pasillo hasta aparecer por la puerta del cuartito de estar.
- ¡Lo conseguí! - balbuceó borracho como una cuba-. Tengo la última pieza del rompecabezas. Ahora sólo queda armarlo y abrirnos camino a la gloria.
Enchufó el bajo - su nueva adquisición- a uno de los amplificadores y nos miró con cara de espectación.
- ¿A qué esperais? - gritó eufórico con un cigarrillo medio consumido entre sus labios.

Y así fue como me levanté de la mecedora y caminé perezoso hasta sentarme tras la batería, Boss agarró su eléctrica y se colocó delante de nosotros, y Maybe saltó al butacón que reinaba la estancia, frente al gran espejo, y se aclaró la voz.

- ¡Y uno! ¡Y uno, dos tres, cuatro...! - gritó Maybe.

Y aquel amanecer, en un cuchitril cualquiera del centro, con los estómagos vacíos pero pletóricos de alegría, un gran espejo reflejó por fin al oso, al gallo y los mellizos bonobos en una explosión de energía, bajo una deslucida bombilla como única espectadora.

- ¡Jodidas bestias de circo! - gritó el vecino aferrado a su taza de café.

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Unknown 13 de septiembre de 2014 a las 18:23

Soberbio!!

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