Con un hatillo al hombro y una pequeña gata atigrada en pos de sus
huellas, Gontxüm recorre el entramado de calles de los arrabales con los
ojos cerrados. Y no, no me refiero a la típica expresión “conoce las
calles como la palma de su mano”; no. Literalmente, el Guía Trotamundos
avanza a paso firme con los párpados cerrados, siguiendo la senda
invisible que le dicta su voz interior, susurrada a su vez por el
-inaudible para muchos- rumor antiguo del Viento.
Podréis
dudar de mi palabra, pues bien es conocida la afluencia de gentes en
estas tortuosas calles; podréis llegar a pensar que camina con un ojo
entornado, esquivando a los transeúntes con la escasa visibilidad que le
pueda otorgar ese párpado tramposo; incluso habrá quien crea que son
los ojos de la pequeña gata que le acompaña, los que le otorgan el don
de la visión, víctima de un extraño embrujo.
Mientras
sacáis vuestras propias conjeturas, el Guía Trotamundos obedece a
aquello que le guía entre la muchedumbre, sin que ésta le llegue a rozar
un solo pelo. A su paso, el bullicio mengua, las gentes aminoran su
actividad desquiciante y vuelven el rostro para contemplarle caminar:
parece desprender un halo de bienestar pausado, un halo que deja su
estela entre hombres y úmbreos – haciéndoles olvidar sus diferencias-.
Gontxüm continúa avanzando sobre el suelo adoquinado y, como las
mariposas nocturnas se hacinan entorno a un candil resplandeciente en
una noche sin estrellas, las gentes –pudientes o menesterosas- olvidan
sus quehaceres y empujados por ese melifluo bienestar, comienzan a
caminar tras él y su gata.
Mientras decidís si creer o
no en la veracidad de mis palabras, os diré que el Guía, haciendo honor a
su apodo, guió a toda esa gente de los arrabales sin decir una sola
palabra. Le siguieron durante una noche entera, más allá de las murallas
que encierran a Murah. Ya en la orilla del río, en una verde explanada,
el amanecer sorprendió a los murhanos sentados unos junto a otros. Pese
a haber sido azotados por el látigo de la madurez, incluso de la vejez
en algunos casos, se sentían como los niños que una vez fueron,
contemplando las tímidas insinuaciones de un nuevo día sobre el dosel
del bosque de ribera.
Para entonces, el Guía Trotamundos estaba muy lejos ya, de todos ellos.
Caminos, sendas y barbechos.
Una gata, un hatillo y su sonrisa.
Existe un lugar para la calma
donde el tiempo se detiene,
donde el espacio no abarca.
Ahora, en este preciso momento.
Aquí, en este mismo lugar.
Nos habíamos olvidado de ello.
“Palabras de un Guía Trotamundos”