INVIERNO

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- Quizá tengas razón, me lo tomé demasiado en serio – admitió por fin-. Nos conocimos en diciembre y... tres meses no deben condicionar una vida entera. Nada es eterno – hizo una pausa-. No te preocupes, estaré bien. Me despido, no quiero que pierdas ese vuelo.

Colgó el teléfono y, con una sonrisa que no lograba empañar la tristeza de su mirada, contempló el regalo que jamás podría regalar: una esfera de cristal que conservaba un invierno perpetuo en su interior.

El brujo artificiero

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Toc, toc, toc...

    El brujo recorre el minúsculo habitáculo, arrastrando tras de sí, una larga túnica confeccionada de sueños y bordada con excelente hilo silvano.

    Toc, toc, toc...

    Las paredes de su sótano crean el eco de una nueva visita, anuncia una nueva bienvenida. Bordea sus artificios mágicos -artificios que logran capturar el tiempo, la belleza, la vida- y se asoma a la mirilla de la pequeña puerta que le separa del resto del Mundo Conocido: nadie le aguarda al otro lado.

    Toc, toc, toc...

    ¿Qué o quién llama, que al otro lado de la puerta no espera? - se pregunta encogiendo los hombros. Y es que, como el corazón delator, repiquetea en su mente una nueva y brillante idea, impidiendo que continúe con su ardua tarea de reparar el aparato en el que estaba trabajando: un medidor de sombras vivas.

    Entre el vapor de luz y el millar de reflejos que proyectan todas y cada una de las lentes que conforman sus artificios, como un arco iris nebuloso de colores imposibles, se sienta en su butacón de pensar mientras prende el hornillo de su pipa y cierra los ojos. Acalla la voz de sus recuerdos -excesivamente molesta- y halla el primer cerrojo: lo abre. Aparecen en su mente todas su creaciones pasadas y se deleita unos instantes con ellas. Haciendo un loable esfuerzo por no enredarse en su resplandor, encuentra el segundo cerrojo: sus creaciones presentes. Allí flotan imágenes que son e imágenes que pueden ser. Saborea el amargor de los fallos y acaricia los aciertos, pero no es lo que anda buscando, abre el tercer cerrojo: las creaciones por venir. Un enjambre de ideas aguijonean su psique; ideas jóvenes e impetuosas; unas crecen y otras agonizan hartas de esperar a ser ejecutadas. Y entre toda esa nube brillante, resplandece una nueva.

    Toc, toc,toc... Llama a las puertas de su mente.


    El brujo- artificiero, trabaja sin descanso en su destartalado sótano. Manipula las leyes de la magia y la alquimia para crear las más bellas obras. Construye artificios que roban la esencia de lo que le rodea, consiguiendo así frenar el paso implacable del tiempo y con ello la llegada de la fatal Muerte.

El Guía Trotamundos

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Con un hatillo al hombro y una pequeña gata atigrada en pos de sus huellas, Gontxüm recorre el entramado de calles de los arrabales con los ojos cerrados. Y no, no me refiero a la típica expresión  “conoce las calles como la palma de su mano”; no. Literalmente, el Guía Trotamundos avanza a paso firme con los párpados cerrados, siguiendo la senda invisible que le dicta su voz interior, susurrada a su vez por el -inaudible para muchos- rumor antiguo del Viento.

Podréis dudar de mi palabra, pues bien es conocida la afluencia de gentes en estas tortuosas calles; podréis llegar a pensar que camina con un ojo entornado, esquivando a los transeúntes con la escasa visibilidad que le pueda otorgar ese párpado tramposo; incluso habrá quien crea que son los ojos de la pequeña gata que le acompaña, los que le otorgan el don de la visión, víctima de un extraño embrujo.

Mientras sacáis vuestras propias conjeturas, el Guía Trotamundos obedece a aquello que le guía entre la muchedumbre, sin que ésta le llegue a rozar un solo pelo. A su paso, el bullicio mengua, las gentes aminoran su actividad desquiciante y vuelven el rostro para contemplarle caminar: parece desprender un halo de bienestar pausado, un halo que deja su estela entre hombres y úmbreos – haciéndoles olvidar sus diferencias-. Gontxüm continúa avanzando sobre el suelo adoquinado y, como las mariposas nocturnas se hacinan entorno a un candil resplandeciente en una noche sin estrellas, las gentes –pudientes o menesterosas- olvidan sus quehaceres y empujados por ese melifluo bienestar, comienzan a caminar tras él y su gata.

Mientras decidís si creer o no en la veracidad de mis palabras, os diré que el Guía, haciendo honor a su apodo, guió a toda esa gente de los arrabales sin decir una sola palabra. Le siguieron durante una noche entera, más allá de las murallas que encierran a Murah. Ya en la orilla del río, en una verde explanada, el amanecer sorprendió a los murhanos sentados unos junto a otros. Pese a haber sido azotados por el látigo de la madurez, incluso de la vejez en algunos casos, se sentían como los niños que una vez fueron, contemplando las tímidas insinuaciones de un nuevo día sobre el dosel del bosque de ribera.
Para entonces, el Guía Trotamundos estaba muy lejos ya, de todos ellos.
Caminos, sendas y barbechos.
Una gata, un hatillo y su sonrisa.

                           
Existe un lugar para la calma
donde el tiempo se detiene,
donde el espacio no abarca.
Ahora, en este preciso momento.
Aquí, en este mismo lugar.
Nos habíamos olvidado de ello.

“Palabras de un Guía Trotamundos”

La Artesana

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La estación de las lluvias ha llegado a la Región de los Reinos. Las hojas, cansadas, despiden a su árbol y caen al suelo para morir entre millones de hermanas. La ribera del Murah se viste de tonos terrosos y rojizos, pasando por los amarillos y verdes apagados. La Artesana pasea entre la vegetación semidesnuda tarareando una canción. A pesar de parecer una simple aldeana, hay algo que la diferencia de todos los demás: sus manos.

Se acerca a un viejo roble – el único de la ribera-. No es lugar para tan maravilloso ejemplar, incluso los álamos más altos parecen tenerle envidia. Sus ramas aún aferran las últimas hojas que se niegan a aceptar la entrada del otoño. Esas hojas albergan la esencia de una primavera pasada, de los rayos de sol que dan candor a los largos días del verano; albergan la fuerza del roble, la historia de una región de gran belleza, bañada por la sangre y las lágrimas de épocas más oscuras. Y esas hojas – sólo esas, las que se resisten al frío- son las que la Artesana busca.

La Artesana vive en el cuarto prohibido de El Archivo de Murah. Nadie como ella conoce los pasadizos subterráneos de la ciudad, por eso nadie conoce la entrada al cuarto prohibido desde los subsuelos. Esa olvidada estancia repleta de polvo, códices y pergaminos, encierra toda la historia de la Región de los Reinos y parte de la historia del resto del Mundo Conocido; y como no podía ser menos, la Artesana es conocedora de cada dato, fecha y secreto de todas y cada una de las épocas pasadas.

Dicen que de entre todos esos antiquísimos códices, rescató un breviario del olvido. Un breviario de un hechicero silvano que se comunicaba con todos los seres vivientes: bestias, árboles e insignificantes plantas. En una de las páginas, la Artesana descubrió cómo preservar la esencia de la naturaleza y la historia de la tierra que nutre las raíces del mundo.

- Son las últimas hojas, las últimas flores, esas que se aferran a la vida pues tienen algo que contar, las que me revelarán aquellos secretos que ni siquiera en los códices aparecen – murmura a modo de conjuro, acariciando una de esas hojas que se suspenden mustias en la rama más baja del viejo roble.

Para entonces la hoja se desprende de su rama y se torna recia y brillante – como recién nacida y esculpida en la más dura piedra- y cae sobre las manos de la Artesana. Ella la modela, susurrándole los versos más bellos jamás hallados en la lengua escrita. La hoja le revela sus secretos y ella, a cambio, le otorga la inmortalidad, convirtiéndola en un amuleto protector que luego colgará de su cuello.