Epitafio

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   Siento decir que desde hace tiempo soy una criatura de las sombras, un ser que, cual depredador crepuscular, se mueve en silencio; repta, se adentra en la tierra y busca el germen podrido de todos sus males, intentando comprender. Como la sabandija que se alimenta de aves que, agitando sus alas, tratan de llegar hasta el sol cuando biológicamente es imposible, acecho, vigilo, analizo y ataco.
    A menudo me recreo en la muerte; en ocasiones hasta con cierta nostalgia. Pero desde hace relativamente poco, pienso que, cuando al fin la halle, no dudaré en retar al mismísimo ángel caído y con una de sus plumas escribir mi epitafio. Revelaré lo acontecido, lo que acontece y lo que jamás ocurrió. Con una de sus plumas y la sangre que amarga brotará de la brecha abierta en mi pecho, elaboraré mis últimos versos – impotentes y crueles versos – y como saetas, las proyectaré al fantástico ser que, indolente, me observará desde las alturas. Mi intención no será la de herirle de muerte, quizá mis palabras le conmuevan y me ceda su inmortalidad; quizá la incomprendida criatura expulsada del Reino de los Cielos me conceda la eternidad a su lado, una eternidad repleta de conocimiento, de sueños cumplidos por fugaces e hilarantes que sean. Me concederá una vida negada aun pudiendo sentir a la dama de la guadaña abriéndose paso por mi esternón como un torrente de vacío, de oscuridad.
    Probablemente el que lea estas líneas dude de mi cordura, de hecho yo también la pongo en tela de juicio con demasiada asiduidad, pero si algo he descubierto en mis veintiséis otoños, es que la creatividad acuna altas dosis de locura. Quizá el ambiente de pseudo-misticismo animal desencarna mi fibra abstracta y onírica, quizá sea el gran felino el que ruja hoy estas palabras en la oquedad de mi cráneo, quizá sea el anhelo de una tarde en un café, un par de siglos atrás, cercada de intelectuales rodeados por un aurea de humo, mientras dan ritmo a versos desesperados o critican la sociedad que los encarcela, que los discrimina o los ensalza sin conocer nada de ellos. Quizá sea ese síndrome de la edad de oro del cual algunos hablan, quizá sea por cerrar los párpados y hallarme en las entrañas de un árbol milenario salvaguardada por altas torres de papel y botes de tinta negra, y, la pluma, la pluma del ángel caído.
    Y con su pluma daré ser a mi epitafio.

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Unknown 9 de septiembre de 2012 a las 9:05

Bendita locura

HGV 9 de septiembre de 2012 a las 11:44

Muy romántico! ya sabes lo que pienso del caído, pero lo demás lo comparto desde que mis días son algo así como eclipses incompletos.

Lo del árbol final no sé por qué también lo comparto, ejem... Aunque espero que la pluma sea dada por otros inexpicables cambios y fusiones ;)

Igor 9 de septiembre de 2012 a las 15:39

Me ha gustado el epitafio, el texto en sí. He pensado en otro, en el Stevenson:
"Under a wide and starry sky
Dig the grave and let me lie".
Bueno, el tema de la locura. ¿No depende eso de lo que entienda cada uno? Hay un montón de psicos sueltos, al fin y al cabo. La gente los aplaude y endivia. Al fin y al cabo, son directores de multinacionales.
Besos-

Anónimo 9 de septiembre de 2012 a las 21:07

Excelente epitafio, que deseo sea escrito en un horizonte lejano.

Porque lo que no hayamos en vida lo encontramos en la muerte, porque la luz no es mas bella que la oscuridad.

Mi estrecha opinión , no abarca mas allá de un insensato recuerdo del ayer, de un imantado ermitaño que me llama desde la oscuridad mas absoluta, que reclama mi presencia en el inframundo, un ermitaño al que anhelo mas que ame y al que sin epitafio alguno, algún día despertare junto a el.

Porque la cordura no brote de ninguna de vuestras venas pequeños poetas del ayer.

Un abrazo enana & cia.

Unknown 10 de septiembre de 2012 a las 13:22

Bendita locura la nuestra, señores. Esta locura que me lleva a invocar a un dios con cabeza de elefante.

El ermitaño que se desvaneció entre las brumas del pasado me regaló el impulso de retomar la pluma; también yo le anhelo. En el presente, sueño con desplumar al expulsado para... cuando llegue el futuro, incierto y lejano como el espesor de una sombra, empuñar la más bella y oscura, y, como un mágico mandoble de acero valirio (guiño a mis frikis) dar certeros tajos en el mundo de lo escrito.

Un abrazo, mis dementes.

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