EL TÓTEM
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Paranoias
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En cada pisada, pequeñas nubes de polvo se elevan hasta mis rodillas. Un paso, otro. Una estela terrosa me sigue mientras salvo la distancia que me separa de una puerta blanca.
La noche es cerrada, ni siquiera las estrellas se atreven a aparecer para regalarme su luz titilante, su tímido resplandor. Tampoco hay lunas.
Abro la puerta.
Todo permanece estático, en el más insondable silencio. Silencio roto, solo en ocasiones por una conocida voz que me guía.
- Ve hacia las escaleras – susurra La Voz.
La puerta se cierra tras de mí. Me encuentro en un largo pasillo de paredes encaladas, parecido al de un sanatorio para enfermos mentales. Me pregunto si no será ese mi sitio, mi lugar. Al final de ese pasillo, encuentro unas escaleras de mano que se yerguen verticales hacia la oscuridad. Agarro el primer peldaño y puedo notar con las yemas de mis dedos la rugosidad de la madera, las betas, los nudos que delatan que en otro tiempo, aquella escalera fue parte de un árbol, parte del mundo vivo. Ahora esos finos maderos que dan forma a cada peldaño se elevaban en vertical para mostrarme el camino a seguir. Los subo, despacio, y ante mí se abre un nuevo pasillo -blanco e inquietante como el anterior- y al fondo me aguarda una segunda puerta –azul eléctrica- de chapa.
- Atraviesa la puerta – me indica La Voz – despacio.
Nada entorpece mi camino, nada osa romper el silencio que me envuelve, incluso mis pasos suenan huecos, como si el sonido temiera romper la magia con su solo acto de presencia. Agarro el frío pomo metálico y lo empujo con cuidado, con sigilo, no quiero ser vista. Tampoco las bisagras se atreven a emitir su hondo quejido. Siento que el tiempo en este mundo no transcurre, no fluye por el reloj de arena, está congelado.
La Voz me pide que atraviese un nuevo pasillo, blanco como los anteriores, solo que mucho más largo y oscuro. Otra escalera de mano me marca el camino, debo seguir ascendiendo hacia lo desconocido. Peldaño a peldaño me elevo sobre el suelo. Mi mente vuela. Mi cuerpo pesa.
Una vez dejo atrás ese largo tramo de escaleras, una puerta verde – perfecta y brillante- me da la bienvenida. Como las demás, se halla cerrada, me oculta algo que, cada vez con mayor empeño, deseo encontrar. Avanzo hasta ella y la abro, despacio, muy despacio, y se muestra ante mí un paisaje rocoso, angosto y oscuro. Parece un pequeño valle rodeado por cortadas verticales. En una de aquellas paredes naturales, me espera un túnel escavado en la roca. La Voz me pide que me aproxime a la boca de lo que será las entrañas de la tierra, el útero de la Pacha Mama. Camino hacia la entrada y me detengo, mucho antes de que La Voz me aconseje que lo haga. La incertidumbre paraliza mis músculos cada vez más atrofiados, pero mi mente aclama a gritos lo que he venido a buscar.
- A tu lado hay una criatura que te ayudará a cruzar el túnel – me informó de pronto La Voz.
Una sucesión de chasquidos revelan la presencia de algo que se acerca a mí. El sonido proviene del suelo. Inclino la cabeza intentando averiguar de qué se trata pero solo encuentro oscuridad. Este valle solo acuna noche y silencio. De pronto, algo roza mi pierna derecha, a la altura de muslo y cadera, algo grande.
La silueta de un ofidio inmenso y totalmente negro me anima a seguirle a través del túnel que se abre ante nosotros.
- Quizá sea esta su madriguera – pienso, y comienzo a andar a su lado, notando en todo momento su contoneo, el suave zigzag de su avance sobre la tierra.
Nos adentramos en las profundidades de la roca viva, el enorme reptil y yo. Parece seguro de lo que hace, me transmite la sensación de reconocer bien el terreno que repta y decido montar sobre su largo cuerpo y dejarme llevar por él.
- Al final de este túnel te aguarda otro ser – revela La Voz mientras nosotros seguimos avanzando a través del largo trecho subterráneo.
El ofidio incrementa la velocidad, atravesando una línea recta. Noto las oscilaciones del terreno entre mis piernas, mis pies no rozan el suelo. Enfoco la vista y percibo un tenue resplandor al final del túnel. A medida que los metros trascurren bajo mis pies, la luz se va haciendo más intensa y comienzo a distinguir una silueta a contraluz. La silueta va adquiriendo una forma más nítida y en lo que parece ser la cabeza, resplandecen dos pequeñas bolas de fuego amarillo.
Me observa acercarme a él.
Alcanzamos su posición y contemplo a la criatura que se yergue frente a mí a cuatro patas, totalmente erguido. Nuestras cabezas están a la misma altura, pese a haberme incorporado del lomo del gran reptil. Es inmenso, bello. Su pelo parece suave pero me siento incapaz de rozar un milímetro de su piel.
Me mira, no deja de hacerlo. Me atrevería a decir que parece estudiarme con un leve matiz de curiosidad en la mirada. No le temo, pero siento un profundo respeto hacia él y una calma casi tangible.
- Él te ayudará a regresar – me sorprende La Voz.
El enorme tigre bengalí comienza a caminar con toda la indolencia felina cabida en el mundo, su apariencia es solemne, apabullante. Pasa junto a mí, yo le sigo y penetramos de nuevo al interior del túnel.
Él me guía.
Nuestros costados se rozan, tanto que siento la necesidad de elevar un brazo y rodear su lomo, para así caminar como dos amigos que hace mucho tiempo que no se ven, pero sienten la necesidad de hablar de mil temas distintos.
Confianza. Serenidad. Aplomo. Fuerza.
Puedo notar la calidez de su cuerpo en mi costado derecho, en mi brazo, así como su denso manto rayado entre mis dedos.
Cuando llegamos a lo que era el principio de aquella enorme madriguera, el tigre se separa de mí y me mira de nuevo, una última vez. Inclina levemente la cabeza, a modo de despedida y desaparece.
Ya es de día, parece que la primera luz del alba se asoma al valle para ser testigo de lo allí acontecido.
- Ve hacia la puerta verde y ábrela.
Abro la puerta y entro en el pasillo blanco, desciendo las escaleras a toda prisa, sin miedo a despeñarme y accedo a la planta inferior, donde la puerta azul me aguarda al final de otro largo pasillo.
¡Quiero salir de allí! ¡Quiero despertar! ¡Quiero saber!
Abro la puerta azul y corro hacia las siguientes escaleras, las bajo olvidándome de algún que otro peldaño y aparezco frente a la puerta blanca. La primera puerta.
- Abre la puerta y accede al camino.
Ya ha amanecido. El camino es de tierra, sinuoso. Ahora lo veo todo con claridad. Es un camino que recuerdo, que transito habitualmente.
Despierto.
Ya no veo pasillos, puertas ni escaleras, me encuentro en una habitación oscura, con todo lo que tiene que tener una habitación, cama, mesillas, armario… tampoco está el tigre, pero sé que a partir de ahora, mi tótem me dará su fuerza y me mostrará las direcciones.
La noche es cerrada, ni siquiera las estrellas se atreven a aparecer para regalarme su luz titilante, su tímido resplandor. Tampoco hay lunas.
Abro la puerta.
Todo permanece estático, en el más insondable silencio. Silencio roto, solo en ocasiones por una conocida voz que me guía.
- Ve hacia las escaleras – susurra La Voz.
La puerta se cierra tras de mí. Me encuentro en un largo pasillo de paredes encaladas, parecido al de un sanatorio para enfermos mentales. Me pregunto si no será ese mi sitio, mi lugar. Al final de ese pasillo, encuentro unas escaleras de mano que se yerguen verticales hacia la oscuridad. Agarro el primer peldaño y puedo notar con las yemas de mis dedos la rugosidad de la madera, las betas, los nudos que delatan que en otro tiempo, aquella escalera fue parte de un árbol, parte del mundo vivo. Ahora esos finos maderos que dan forma a cada peldaño se elevaban en vertical para mostrarme el camino a seguir. Los subo, despacio, y ante mí se abre un nuevo pasillo -blanco e inquietante como el anterior- y al fondo me aguarda una segunda puerta –azul eléctrica- de chapa.
- Atraviesa la puerta – me indica La Voz – despacio.
Nada entorpece mi camino, nada osa romper el silencio que me envuelve, incluso mis pasos suenan huecos, como si el sonido temiera romper la magia con su solo acto de presencia. Agarro el frío pomo metálico y lo empujo con cuidado, con sigilo, no quiero ser vista. Tampoco las bisagras se atreven a emitir su hondo quejido. Siento que el tiempo en este mundo no transcurre, no fluye por el reloj de arena, está congelado.
La Voz me pide que atraviese un nuevo pasillo, blanco como los anteriores, solo que mucho más largo y oscuro. Otra escalera de mano me marca el camino, debo seguir ascendiendo hacia lo desconocido. Peldaño a peldaño me elevo sobre el suelo. Mi mente vuela. Mi cuerpo pesa.
Una vez dejo atrás ese largo tramo de escaleras, una puerta verde – perfecta y brillante- me da la bienvenida. Como las demás, se halla cerrada, me oculta algo que, cada vez con mayor empeño, deseo encontrar. Avanzo hasta ella y la abro, despacio, muy despacio, y se muestra ante mí un paisaje rocoso, angosto y oscuro. Parece un pequeño valle rodeado por cortadas verticales. En una de aquellas paredes naturales, me espera un túnel escavado en la roca. La Voz me pide que me aproxime a la boca de lo que será las entrañas de la tierra, el útero de la Pacha Mama. Camino hacia la entrada y me detengo, mucho antes de que La Voz me aconseje que lo haga. La incertidumbre paraliza mis músculos cada vez más atrofiados, pero mi mente aclama a gritos lo que he venido a buscar.
- A tu lado hay una criatura que te ayudará a cruzar el túnel – me informó de pronto La Voz.
Una sucesión de chasquidos revelan la presencia de algo que se acerca a mí. El sonido proviene del suelo. Inclino la cabeza intentando averiguar de qué se trata pero solo encuentro oscuridad. Este valle solo acuna noche y silencio. De pronto, algo roza mi pierna derecha, a la altura de muslo y cadera, algo grande.
La silueta de un ofidio inmenso y totalmente negro me anima a seguirle a través del túnel que se abre ante nosotros.
- Quizá sea esta su madriguera – pienso, y comienzo a andar a su lado, notando en todo momento su contoneo, el suave zigzag de su avance sobre la tierra.
Nos adentramos en las profundidades de la roca viva, el enorme reptil y yo. Parece seguro de lo que hace, me transmite la sensación de reconocer bien el terreno que repta y decido montar sobre su largo cuerpo y dejarme llevar por él.
- Al final de este túnel te aguarda otro ser – revela La Voz mientras nosotros seguimos avanzando a través del largo trecho subterráneo.
El ofidio incrementa la velocidad, atravesando una línea recta. Noto las oscilaciones del terreno entre mis piernas, mis pies no rozan el suelo. Enfoco la vista y percibo un tenue resplandor al final del túnel. A medida que los metros trascurren bajo mis pies, la luz se va haciendo más intensa y comienzo a distinguir una silueta a contraluz. La silueta va adquiriendo una forma más nítida y en lo que parece ser la cabeza, resplandecen dos pequeñas bolas de fuego amarillo.
Me observa acercarme a él.
Alcanzamos su posición y contemplo a la criatura que se yergue frente a mí a cuatro patas, totalmente erguido. Nuestras cabezas están a la misma altura, pese a haberme incorporado del lomo del gran reptil. Es inmenso, bello. Su pelo parece suave pero me siento incapaz de rozar un milímetro de su piel.
Me mira, no deja de hacerlo. Me atrevería a decir que parece estudiarme con un leve matiz de curiosidad en la mirada. No le temo, pero siento un profundo respeto hacia él y una calma casi tangible.
- Él te ayudará a regresar – me sorprende La Voz.
El enorme tigre bengalí comienza a caminar con toda la indolencia felina cabida en el mundo, su apariencia es solemne, apabullante. Pasa junto a mí, yo le sigo y penetramos de nuevo al interior del túnel.
Él me guía.
Nuestros costados se rozan, tanto que siento la necesidad de elevar un brazo y rodear su lomo, para así caminar como dos amigos que hace mucho tiempo que no se ven, pero sienten la necesidad de hablar de mil temas distintos.
Confianza. Serenidad. Aplomo. Fuerza.
Puedo notar la calidez de su cuerpo en mi costado derecho, en mi brazo, así como su denso manto rayado entre mis dedos.
Cuando llegamos a lo que era el principio de aquella enorme madriguera, el tigre se separa de mí y me mira de nuevo, una última vez. Inclina levemente la cabeza, a modo de despedida y desaparece.
Ya es de día, parece que la primera luz del alba se asoma al valle para ser testigo de lo allí acontecido.
- Ve hacia la puerta verde y ábrela.
Abro la puerta y entro en el pasillo blanco, desciendo las escaleras a toda prisa, sin miedo a despeñarme y accedo a la planta inferior, donde la puerta azul me aguarda al final de otro largo pasillo.
¡Quiero salir de allí! ¡Quiero despertar! ¡Quiero saber!
Abro la puerta azul y corro hacia las siguientes escaleras, las bajo olvidándome de algún que otro peldaño y aparezco frente a la puerta blanca. La primera puerta.
- Abre la puerta y accede al camino.
Ya ha amanecido. El camino es de tierra, sinuoso. Ahora lo veo todo con claridad. Es un camino que recuerdo, que transito habitualmente.
Despierto.
Ya no veo pasillos, puertas ni escaleras, me encuentro en una habitación oscura, con todo lo que tiene que tener una habitación, cama, mesillas, armario… tampoco está el tigre, pero sé que a partir de ahora, mi tótem me dará su fuerza y me mostrará las direcciones.




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Bella tigresa de ojos enmarcados, de sonrisa lobuna, de garras de osezno en tu espalda marcadas.
YUJUUUUUU, Ya tienes TOTEM!!!!
No confundamos la velocidad con el tocino, sir.
La magnífica bestia es quien te guía, nada tiene que ver con tu persona. Sí fuera de ese modo, al final de aquel túnel hubiera encontrado un mandril riéndose de mí enseñando sus colmillos amenazadoramente. Un simio bipolar.
Aún así, gracias por lo de "bella".
De la magnifica bestia hablaba, sira!
Usted disculpe, hermano oso.
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