Chanza macabra

2 comments
Oiga las primeras notas de la danza macabra; gorgoteo que silva y canta:
Sangra que mana, crujido de huesos de tuétanos revelados.
Ojos desvelados, sonrisa invertida de labios amoratados.
Cráneos sin forma; troncos sin miembros; pechos vacíos; entrañas, guirnaldas.
Silencio en la venas; muelas y dientes sobre la arena.
Vida perdida, guadaña homicida de filo sombrío.
Ríos acres de fluidos espesos que se coagulan al ritmo que se apaga la esperanza.
Chanza macabra.


ESTADOS ALTERADOS

9 comments

“Alejada del mundanal ruido, 
araño mi fibra animal, y noto 
como el espeso velo que enturbiaba mi mirada 
desaparece a cada parpadeo, un poco más.” 

Aquel párrafo tomó vida en una libreta olvidada una mañana cálida de principios de agosto. Supongo que le raso azul por todo techo sobre mi cabeza y aquel radiante sol – que hoy no parece otra cosa que un satírico espejismo – consiguió que el buenrollismo anidara – eléctrico e impetuoso – en algún rincón de mis entrañas. 

Cierro los ojos y soy capaz de recuperar aquella mañana. Su cromatismo, su olor, su sonido, su esencia. Abro los ojos. Mi sonrisa se tuerce. Aquella mañana se marchó sin despedirse; tan solo dejó una nota en su huida, un párrafo en una libreta: 

“Alejada del mundanal ruido, 
araño mi fibra animal, y noto 
como el espeso velo que enturbiaba mi mirada 
desaparece a cada parpadeo, un poco más.” 

Aquella mañana se marchó y ahora la tinta se escurre por el calendario. Tacho cada nuevo día, en cada amanecer, como si con ello lograra que pasaran más rápido, como si el transcurso del tiempo me fuera a entregar las respuestas que necesito. 

Alejada del mundanal ruido jugué a soñar con hallar mi lugar en el mundo. Jugué a profanar el antiguo hospicio de aves malheridas – en su orgullo y dignidad-, nicho de techos bajos y ladrillo visto. Jugué a erigir un templo a un dios con cabeza de elefante; jugué a ser profeta de causas perdidas, de ideales obsoletos. 

Ahora, mientras el viento se arremolina entre mi pelo y la lluvia consigue que reaparezcan las humedades que marchitan este viejo palpitar, no encuentro el consuelo entre los cuatro brazos de aquel que me protege sobre su altar, aquel que me contempla incrustado en la pared. 
Entonces grito muera poesía, arda el verso. Desangro sonetos y ladro en tono del sol a la vida. 

Se acerca el invierno. Me aguarda el desierto más oscuro y extraño. Me espera el daño, quizá el engaño. Me agarro a la luz de un faro mientras intuyo el naufragio. 


“Alejada del mundanal ruido, demasiado; 
araño mi fibra animal, que agoniza. 
noto como el espeso velo espesa 
a pesar del parpadeo; se burla de mí, ironiza. “

Epitafio

5 comments
   Siento decir que desde hace tiempo soy una criatura de las sombras, un ser que, cual depredador crepuscular, se mueve en silencio; repta, se adentra en la tierra y busca el germen podrido de todos sus males, intentando comprender. Como la sabandija que se alimenta de aves que, agitando sus alas, tratan de llegar hasta el sol cuando biológicamente es imposible, acecho, vigilo, analizo y ataco.
    A menudo me recreo en la muerte; en ocasiones hasta con cierta nostalgia. Pero desde hace relativamente poco, pienso que, cuando al fin la halle, no dudaré en retar al mismísimo ángel caído y con una de sus plumas escribir mi epitafio. Revelaré lo acontecido, lo que acontece y lo que jamás ocurrió. Con una de sus plumas y la sangre que amarga brotará de la brecha abierta en mi pecho, elaboraré mis últimos versos – impotentes y crueles versos – y como saetas, las proyectaré al fantástico ser que, indolente, me observará desde las alturas. Mi intención no será la de herirle de muerte, quizá mis palabras le conmuevan y me ceda su inmortalidad; quizá la incomprendida criatura expulsada del Reino de los Cielos me conceda la eternidad a su lado, una eternidad repleta de conocimiento, de sueños cumplidos por fugaces e hilarantes que sean. Me concederá una vida negada aun pudiendo sentir a la dama de la guadaña abriéndose paso por mi esternón como un torrente de vacío, de oscuridad.
    Probablemente el que lea estas líneas dude de mi cordura, de hecho yo también la pongo en tela de juicio con demasiada asiduidad, pero si algo he descubierto en mis veintiséis otoños, es que la creatividad acuna altas dosis de locura. Quizá el ambiente de pseudo-misticismo animal desencarna mi fibra abstracta y onírica, quizá sea el gran felino el que ruja hoy estas palabras en la oquedad de mi cráneo, quizá sea el anhelo de una tarde en un café, un par de siglos atrás, cercada de intelectuales rodeados por un aurea de humo, mientras dan ritmo a versos desesperados o critican la sociedad que los encarcela, que los discrimina o los ensalza sin conocer nada de ellos. Quizá sea ese síndrome de la edad de oro del cual algunos hablan, quizá sea por cerrar los párpados y hallarme en las entrañas de un árbol milenario salvaguardada por altas torres de papel y botes de tinta negra, y, la pluma, la pluma del ángel caído.
    Y con su pluma daré ser a mi epitafio.