Esbozos - "Aquel legado inmaterial"

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   Aquellos besos que no llegaron a los labios; aquellas palabras que translucían un amor recién nacido. Aquellas risas incontrolables arremolinadas en su garganta; aquellas acampadas en el jardín de mis padres. Aquel legado inmaterial... me hacía grande aun siendo tan solo un niño.
   Pero Eva me hizo crecer de pronto.
   De lo más hondo de mi ser, emigró la poderosa y efímera infancia, como emigraba de sus ojos entornados, su última lágrima. En aquel momento nació su recuerdo, en el mismo instante en que aquella dulce niña dejaba de existir.



   Me aparté del cabecero de la cama y antes de salir por la puerta, volví la cabeza hacia su lecho con la esperanza de volver a ver aquella sonrisa, pero ella ya no estaba. Tragué saliva para contener el llanto y la abandoné en, la que posiblemente fuera, la habitación más triste y desconchada de aquel enorme sanatorio.



Ilustración de Antonio Bonicelli,

Campos de Castilla, campos de D´Amurah

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    Ayer, surcábamos sin prisas, una de las arterías de asfalto que atraviesan la piel de toro. Hacinados en mi coche, bestias y hombres, nos deleitábamos con las vistas que nos proporcionaban los sucios cristales de las ventanillas: inabarcables campos castellanos semejantes a un enorme tapiz parcheado, de tonos dorados y terrosos, reposado sobre leguas y leguas de suaves colinas y hondonadas.
   - Me parece un paisaje desolador - comentó Kiddo sin estar demasiado seguro de entender la belleza que le rodeaba.
   En defensa de su tierra, Vero argumentó que aunque ahora todo estaba yermo y seco, a la llegada de la primavera, el cromatismo de la paleta del pintor se tornaba verde para dotar de vida a los campos de cebada que se extendían más allá de donde nuestra vista lograba abarcar. Yo me limité a asentir con la cabeza, sin estar demasiado de acuerdo con su concepto de belleza, pensando que no existía mayor resplandor en los campos de Castilla, que cuando viste su manto dorado ribeteado con tierras en barbecho y adornado con broches de verdes viñedos.
    - Yo creo que no podría resultar más bello que en verano - añadí a mis adentros.


   Pasado un rato, y como una evocadora aparición, se mostró ante nosotros el estoico Castillo de la Vela, abriendo en el tejido de la realidad, una profunda brecha. Por un momento dejaron de existir las casas de Maqueda que brotaban como hongos bajo un enorme árbol, dejó de existir la carretera, el coche... Como habiendo cruzado una puerta a otro mundo, me encontraba en el Reino D´Amurah, frente a un titán de piedra que bien podría ser un reflejo - algo distorsionado - de la fortaleza que dio sede en antaño a La Orden. Incluso los campos dorados de cereal, los viñedos, Gredos a lo lejos, me transportaban a las tierras más fecundas de La Región de los Reinos.


    Este majestuoso castillo se divisaba desde lejos, dando la bienvenida a Maqueda, -Maqqeda, que significaba, ya en tiempos de conquista musulmana, "la firme"-.y fue en tiempos remotos, un puesto vigilante de los romanos. Hacia el año 981, el arquitecto Fathoben Ibrahim el Omeya, constructor de grandes mezquitas de Toledo, lo aumentó y perfeccionó. Pero la fortaleza avanzada que, durante el reinado de Enrique IV, vio a Dª Isabel la Católica entre sus muros de cal y canto y sillarejo en sus exteriores, hoy no era más que un cuartel de la Guardia Civil, hueco y no muy bien conservado.

    - Es como El Perfugio ¿verdad? - dijo de pronto Kiddo, haciendo suyas mis palabras en su boca.
    Asentí con la cabeza. Mantuve la mirada fija en las estribaciones de aquel gigante de piedra, con la esperanza de poder llegar a ver al carismático silvano a lomos de su pura sangre real, seguido del ejército de la ciudadela, mientras cientos de flechas tensadas en sus respectivos arcos, apuntaban a la masa de metal que avanzaba con decisión hacia ellos, desde el adarve de la fortaleza.
    - Lo es - musité volviendo la vista al frente, al asfalto, a la realidad.

Como un perro

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Como un perro, así me percibo. Quizá no todo lo perra que debería, pero al menos tanto como para renegar de la vitro y optar por comerme una salchicha hotdog cruda, exactamente lo mismo que les ofrezco a mis canes cuando hacen algo bien, para condicionarles a que sigan haciendo lo correcto. Condicionamiento puro y duro. ¿Se podría comparar el efecto de una nómina a fin de mes a un trozo de salchicha? ¿El euro es al Homo sapiens sapiens cómo la salchicha al Canis familiaris? ¿Jadearás por cuatro duros? ¿Lamerás manos, te sentarás cuando te lo pidan y podrás mear siempre y cuando ellos lo permitan? ¡Razón de más para abrazar con mayor fervor el dogma canino!

Como un perro, así me siento. Con el instinto básico de sobrevivir, de aplacar el hambre y la sed, de aliviar las necesidades propias de un animal. Sin pensar en el mañana, sin recordar el ayer. Ignorando los prejuicios y el eco de los juicios absurdos de los conocidos que dicen conocerme y me catalogan de perra. Ignorando a todos aquellos que tienen culo y opinión; a todos aquellos a los que preferiría olisquearle el culo antes que tener en cuenta sus palabras vacías, sus graznidos huecos y estridentes; a todos aquellos que preferirían verme con un bozal mientras la sociedad me lleva de la correa, la misma correa que se ciñe a sus cuellos y les ahoga.

Como un perro, un sabueso que rastrea, que percibe más allá de lo sus ojos ven. Un perro que busca la aprobación de los que realmente le importan, que oye el susurro de la inspiración más allá del motor de los coches, del bullicio de la televisión, del cacareo de aquellos que le tienden una salchicha esperando que haga alguna monería.

Como un perro que inspira a grandes poetas sin "o":

"Para contarte
que quisiera ser un perro y "oliscarte".
Vivir como animal que no se altera
tumbado al sol lamiéndose la breva,
sin la necesidad de preguntarse
si vengativos dioses nos condenarán,
si por Tutatis
el cielo sobre nuestras cabezas caerá."

Como Marron, como Dido, como Moyo. Como Blake, como Blanca... Kun, Nala, Tío, Tronco, Sacha, Chico...



Como un perro.


Un ladrido a todos.